Publicado por Gustavo Fernández en 03-04-2013
A la memoria del doctor Enrique Briggiler
No voy a perder demasiado tiempo en
preámbulos para lanzarme de lleno al sentido de este artículo, por otra
parte, absolutamente explícito en el título. Si bien sé que una cierta
arrogancia de mi parte –en el sentido de intuir como probable tener
algún tipo de decisión propia en esto del “contacto”– va a granjearme
por igual la antipatía de ovnílatras y ovnífobos, los primeros por
descreer en un determinismo absoluto en manos de esa Inteligencia
alienígena, y los segundos por sentirme sospechosamente cerca de Roy
Neary (¿recuerdan?, era el electricista infantiloide de “Encuentros
Cercanos del Tercer Tipo”), pienso que la investigación del fenómeno
OVNI está descuidando dos instancias fundamentales: una, que aceptada
una Inteligencia rectora detrás del fenómeno, es obvio que toda
inteligencia que se expresa a través de una conducta, debe
necesariamente tener una motivación y un propósito.
Basándonos entonces en los hechos
expuestos en este libro, reflejos objetivos de aquella conducta, trataré
de delinear hipótesis que expliquen sus propósitos e intereses. En
segundo lugar, desconfío de los métodos tradicionalmente postulados para
establecer contacto con extraterrestres: emisiones de radio, rastreo de
la banda radiotelescópica del hidrógeno interestelar, y un largo
etcétera, y ello a su vez por otras dos razones, a saber: a) Suponerner la
lógica de adoptar por razones racionales un determinado sistema (toda
civilización emite ondas de radio, si tratan de comunicarse lo harán
empleando frecuencias electromagnéticas) supone necesariamente admitir
que esa civilización opera con patrones lógicos análogos a los nuestros,
y en otras páginas ya hemos analizado que no necesariamente esto ha de
ser así (y si aún no le quedó claro es que se ha salteado algún
capítulo) de manera tal que quizás no se trate tanto de que su evolución
es millonaria en años adelantada a la nuestra, sino que procedió por
caminos psíquicos distintos.
Ya me imagino la sonrisa sardónica de mis detractores y su respuesta: “¿pero, a ver, cómo es eso de una “lógica distinta”?. Afirmar eso es ilógico”.
Debo admitir que tal argumento no me mueve un pelo: una estructura
cerebral diseñada para procesar la información de una manera lineal y
sólo una –como la nuestra– no puede “comprender” otra lógica, de la
misma manera que el raciocinio elemental de un primate no le permitiría,
en su pragmaticidad, aceptar como lógicas nuestras propias ecuaciones
matemáticas.
O, (b), quizás
sí, después de todo, nuestras formas de comunicación –radial,
televisiva, fonética– les resultan absolutamente perdidas en la noche de
un tiempo evolutivo inmensamente más antiguo que el nuestro. A fin de
cuentas –y sin tanta diferencia evolutiva de por medio– si un habitante
cualquiera de nuestras ciudades paseara en su automóvil por la carretera
de algún inhóspito desierto y en la lejanía observara algunas columnas
de humo elevándose intermitentemente, ¿podría suponer –y no digamos ya
distinguir– que se trata de algo más que un remoto incendio de
matorrales o los restos de algún asado campestre, en lo que en realidad
serían indígenas transmitiendo dificultosamente mensajes a parientes
lejanos?.
Por eso soy un convencido de que
debemos explorar formas alternativas de hacer contacto. A otros, más
capaces que yo, dejaré los vericuetos del contacto telepático, la tabla ouija,
las psicografías y otros métodos que, a no dudarlo, nos darán en el
futuro interesantes revelaciones, si no de extraterrestres, cuanto menos
de entidades de otro orden de realidades o de nuestro propio
inconciente. Aquí, mientras tanto, me decido a explorar opciones que,
entiendo, no han sido expuestas antes, y cuya factibilidad dejo librada a
la imaginación del lector.
Llovía la mañana de agosto de 1980 en
que llegué por primera vez a la ciudad de Santa Fe. En ese entonces me
encontraba organizando un congreso de parapsicología por cuenta y orden
de una academia de Buenos Aires la cual, como parte del ajetreado trajín
que significaba montar tal evento, me había enviado a esta ciudad con
la misión de contactar a un científico del cual, en ese entonces, oía yo
hablar por primera vez: el psiquiatra Enrique Briggiler.
Un joven Briggiler recibe la “Orden del Poncho” en su provincia natal |
En su casona-consultorio de calle
Javier de la Rosa, departimos una mañana sobre los temas de nuestro
común interés, y me llevé la imagen de un hombre de ideales firmes,
serio y metódico en su proceder profesional pero poco preocupado por las
convenciones sociales: no de otra manera puede explicarse su entusiasmo
cuando me describía sus “experimentos para contactar extraterrestres”.
Volví a verlo en varias oportunidades –coincidíamos en algún otro
congreso, generalmente– y cuando me radiqué en la ciudad de Paraná (que
podríamos decir que queda a “tiro de piedra” de la ciudad de Santa Fe),
siempre tuve en mente hacerme una “escapadita” para conversar largamente
con él y, por qué no, participar en sus experimentos y aunar esfuerzos.
Pero durante un par de años mi ajetreada vida profesional fue dilatando
ese deseo y un día de 1991 la noticia, en boca de un colega
investigador, me golpeó como un puñetazo: el doctor Briggiler, tan
cercano, había fallecido. Y nunca pude saber hasta dónde había llegado.
Experimento sin embargo la
contundente sensación –y soy una persona que aprendió a confiar de sus
intuiciones– de que Briggiler estuvo cerca, muy cerca, de “algo”. Alguna
vez.
Una década antes de su fallecimiento,
me había facilitado un material resumiendo sus trabajos, que a
continuación reproduzco. E insto a quienes quieran reiniciar, de alguna
manera, sus propios pasos, a hacerlo, individual o colectivamente, de
manera solitaria o tomando contacto conmigo, porque la metodología del
“cuarto estado” (¿quizás otro de los conocimientos que alguna fuerza oscura quiere privar a la humanidad?) puede reservarnos muchas sorpresas.
Consideraciones generales.
Como médico dedicado a psiquiatría,
hace 40 años Briggiler inició trabajos de investigación en el área de la
psicología normal y de la psicopatología por medio de técnicas
inductivas que desde Braid han sido designadas erróneamente con el
término de “hipnosis”. Comenzando a investigar las posibilidades de la
mente humana, sus limitaciones y posibles fronteras, más allá del
concepto condicionante de tiempo y espacio, pronto surgieron fenómenos
especiales, no habituales en estado de vigilia (despierto), que
aparentemente pertenecían al terreno de la Parapsicología, tales como
regresión en el tiempo, bilocación, etc. Después comprobó que este
procedimiento era un recurso limitado para sus objetivos de
investigación, y que el problema de fondo en la metodología no era
cuantitativo, o sea, profundización de un estado mental determinado o
expansión de la conciencia, sino cualitativo: debía lograr un “cambio de
estado”, y no seguir arando en el mismo surco o cavando en el mismo
pozo. Había que llegar a provocar un estado alterado de conciencia, con
técnicas de laboratorio y en experiencias que pudieran ser controlables y
controladas.
Esta situación alterada de conciencia
a la que denominó Cuarto Estado, por ser diferente a los habituales de
vigilia, sueño e hipnosis, la logró mediante una metodología que combina
técnicas multidisciplinarias muy elaboradas, que describiré, así como
los resultados obtenidos.
Llegó Briggiler al campo de la
Ovnilogía de forma tangencial, casi por accidente, a causa de un
fenómeno surgido en una de las sesiones, pues no formaba parte de su
plan de trabajo. Más adelante consideró que el problema actual de la
ovnilogía radica en la metodología de investigación debido a la
ausencia, por agotamiento, de una técnica de estudio de los fenómenos a
investigar. Hasta entonces el procedimiento utilizado había sido
solamente la observación, cuando aún no se habían popularizado otros
métodos alternativos de análisis. Y estableciendo comparaciones con la
evolución de otras ramas de la Ciencia, como la física, química,
biología, etc., concluyó que en este campo estamos en la edad de piedra
en lo que a metodología científica se refiere.
Sostuvo que no se podía seguir
mirando el cielo, cámara en mano, para intentar registrar un fenómeno
OVNI, dependiendo del azar. Y, como sabemos, es excepcional que esa
circunstancia se de al investigador. Habitualmente es un observador
accidental, automovilista u hombre de campo, y el investigador debe
limitarse a escuchar su relato, o tomar fotografías del terreno donde el
OVNI dejó sus huellas. Así, las comprobaciones son las más de las veces
indirectas y accidentales, y en condiciones no reproducibles en
laboratorio. Condición ésta imprescindible para el estudio científico de
un fenómeno. Y además, dos elementos importantes que le restan seriedad
a este tipo de fenómenos (o al estudio del mismo): la gran cantidad de
diletantes e improvisados, sin formación científica, dispuestos a
aceptar sin ningún rigor todo lo que se les ofrece, y también la enorme
cantidad de delirantes a los que atrae el tema, y que contribuyen en su
delirio a desvirtuarlo, incluso dándole connotaciones metafísicas o
religiosas.
De allí nuestra inquietud en
presentar este trabajo, que consideramos puede ser un aporte de interés
como una nueva metodología de estudio en la investigación OVNI.
Considerando la posibilidad de
existencia de civilizaciones extraterrestres, supuso Briggiler que
solamente habría dos formas de comunicación (excepto la directa, persona
a persona): una, por medios electrónicos de avanzada tecnología, de los
cuales aparentemente no disponemos fácilmente, o al menos no han dado
resultados concretos, y otra posibilidad podría ser por medios
biológicos, haciendo el sujeto en el 4ºE las veces de centro
emisor-receptor.
¿Cómo podemos lograr que un ser
humano se convierta en un perfecto emisor-receptor biológico, incluso
con la posibilidad de modularlo a voluntad, para que nos permita este
tipo de comunicación?. Dos premisas básicas:
- Sintonizar los ritmos cerebrales del sujeto en determinadas frecuencias.
- Sintonizar los ritmos corporales también en determinadas frecuencias.
(Nota:
estos ritmos no están relacionados con los en este momento tan
difundidos biorritmos de Krumm-Heller y las tablas de Vélez Rojas.
Pertenecen a un campo diferente: el de la inducción biorritmológica).
De esta manera, con técnicas que
denominó de inmersión, logró que el sujeto entre en resonancia con
determinados tipos de frecuencia vibratoria que con técnicas
electrónicas convencionales aún no se ha podido lograr.
Haremos una síntesis de la técnica, a
fin de no abrumar con su complejidad, recordando que en todos los casos
es conveniente la participación de un ingeniero electrónico y un médico
especializado en neuropsiquiatría con conocimientos de
electroencefalografía.
El primer concepto básico es el de
ritmo, ya mencionado. Todos los procesos vitales están sometidos a un
ritmo determinado en su funcionalidad.
El segundo es que todo tejido u
órgano viviente genera electricidad. La originada en el corazón la
registramos con el electrocardiógrafo (electrocardiograma), la muscular
con el electromiógrafo (electromiograma), y, lo que nos interesa
fundamentalmente, la actividad eléctrica cerebral con el
electroencefalógrafo (electroencefalograma). El cerebro genera
potenciales eléctricos a un ritmo determinado correspondientes a
diferentes estados. Resumiendo, son cuatro ritmos básicos: las ondas
beta, rápidas, de gran frecuencia y poca amplitud, que corresponden al
estado de vigilia y atención conciente intelectual. En el otro extremo
de la banda aparece el ritmo delta, con ondas muy lentas y de gran
amplitud. Se registra en estados patológicos (tumores,
artereoesclerosis, etc.) y, en condiciones normales, en diferentes fases
del sueño natural. Pero los ritmos que nos interesan son las otras dos
bandas básicas de electrogénesis cerebral: el ritmo alfa, de 8 a 12
ciclos por segundo, originado en las partes posteriores del encéfalo
(región occipital) y que solamente aparece en estado de relajación y
vigilia alerta. Es tan sensible, que basta abrir los ojos para que
desaparezca o se bloquee.
Alrededor de este ritmo se ha creado
toda una mitología de estados alterados de conciencia y se fabula que
utilizando aparatos de “biofeedback” (bioinformación) se logra colocar
al cerebro en alfa, llegándose a un éxtasis comparable al nirvana
oriental. Esto no es verdad.
El estado alfa es importante como
paso preliminar, y desde comienzos de siglo se puede lograr con el
“entrenamiento autógeno de Schültz”, sin sofisticaciones electrónicas.
Lo primero es mantener y difundir a través del cerebro dicho estado,
especialmente a las regiones frontales y prefrontales. Es el paso previo
para llegar al estado o banda theta, caracterizado por su frecuencia de
4 a 8 ciclos por segundo, cuya forma sinusoidal y su amplitud de 50
microvoltios lo hacen semejar un ritmo alfa lentificado. Y este es el
ritmo fundamental que debemos inducir en el cerebro para lograr el
objetivo buscado. Lo lograremos por los siguientes medios:
A) Estimulación electrónica trasnscerebral
Nos permite provocar en forma rápida una
situación rítmica cerebral determinada. Para ello utilizamos corrientes
pulsatorias de baja frecuencia y poca intensidad, con las que
estimulamos el cerebro, ejerciendo una influencia compleja sobre el
sistema nervioso central, más una importante acción sobre el sistema
neurovegetativo que rige las funciones supuestamente autónomas de la
voluntad (ritmo cardíaco, aparato digestivo, etc.). El control
electroencefalográfico acusa las modificaciones bioeléctricas. Con la
Estimulación Electrónica Transcerebral sincronizamos la actividad
bioeléctrica cerebral. Posteriormente controlaremos al sujeto mediante
hipnosis.
B) Modulación foto-sónica
Las principales puertas de ingreso del
conocimiento al organismo, por las cuales tenemos acceso a la realidad,
son la vista y el oído, y ambos responden a estímulos diferentes. A
través de ellos logramos sintonizar el cerebro con el resto del cuerpo,
actuando sobre el sistema neurovegetativo, o de las funciones
involuntarias. Conocemos el control que sobre estas funciones se logra
por técnicas de meditación orientales. Y estos estados van acompañados
de modificaciones bien determinadas en la actividad eléctrica cerebral.
Estudios realizados en la Universidad de Tokio por A. Kasamatsu y T.
Hirai han establecido los cambios que se producen en el
electroencefalograma en las diferentes etapas de meditación en el
Budismo Zen: primero aparece alfa con los ojos abiertos, luego alfa
aumenta de amplitud, posteriormente va disminuyendo, se produce una
aminoración y enlentecimiento, hasta que aparece el tren rítmico theta.
La misma sucesión la enseñó a provocar Briggiler.
C) Estimulación luminosa intermitente (ELI)
Se utiliza en los estudios
electroencefalográficos de rutina a los fines de poner en evidencia
posibles epilepsias encubiertas. Utilizamos destellos luminosos
intermitentes de frecuencia variable producidos por un estroboscopio de
tipo industrial modificado (“fotoestimulador”). Con esto provocamos los
llamados potenciales evocados: los ritmos cerebrales son “arrastrados”
por la frecuencia impuesta a los destellos luminosos. De esta manera, si
actuamos con una frecuencia de destellos de 10 ciclos por segundo, que
es el promedio de alfa, el cerebro se coloca en alfa. Y así, a través de
esta inducción, establecemos el control de la actividad cerebral
eléctrica en un sujeto dado con posibilidad de modularla. Y algo que no
termina de sorprendernos: el cerebro también responde a los armónicos.
Si colocamos la frecuencia luminosa en los armónicos de alfa, o sea, la
mitad (5) o el doble (20), el cerebro también produce alfa (¡!). Y aquí
surgen serios interrogantes: ¿es que tenía razón Pitágoras?. ¿Es que la
totalidad del Universo está en armonía y existe un ritmo cósmico?.
La activación cerebral con
fotoestimulación para su posterior modulación tiene por objeto colocar
el cerebro en alfa para luego llegar a theta. De allí la importancia del
límite inferior de la banda alfa (8 c/seg.), pues las frecuencias
inmediatamente por debajo pertenecen a la banda theta. Es un ritmo de
transición que nos abre las puertas a theta. Adoptando el lenguaje de
los especialistas en cibernética, el ritmo alfa sería explicado como un
“barrido” (scanning) análogo al radar. Cuando un sistema de este tipo no
tiene nada para señalar, tiende a oscilar. Pero se bloquea, por el
contrario, si algo entra en su zona de barrido, para oscilar después
buscando otras informaciones.
D) Ritmos sónicos
De la misma manera que los ritmos
luminosos afectan la mente y el cuerpo, haciéndolos oscilar a
determinadas frecuencias, también lo hace el sonido. Sabemos la
influencia de los ritmos sonoros y su participación fundamental en
ceremonias tribales primitivas africanas, el voodoo haitiano, la
macumba brasilera, etc. Esta influencia abarca un amplio espectro según
su frecuencia. Los sonidos audibles están comprendidos entre los 16 y
20.000 ciclos por segundo. Pero también afectan al ser humano los
infrasonidos (por debajo de 16) con cambios en los ritmos cerebrales,
alteraciones circulatorias, incluso parálisis, y los ultrasonidos
(superiores a 20.000), con acciones físicas (actúan sobre los
movimientos vibratorios de las partículas, generan campos eléctricos de
gran intensidad que provocan ionización), químicas (desintegración de
grandes moléculas), biológicas (los infusorios son pulverizados en
fracciones de segundo, se exalta la virulencia de algunas bacterias y
los virus se debilitan. Las lombrices, batracios, renacuajos, ranas y
ciertos peces experimentan tenia seguida de parálisis, luego destrucción
celular y hasta la muerte). Así que debemos cuidarnos de los sonidos,
aunque no los escuchemos.
Con respecto a los ritmos sónicos
audibles, el científico búlgaro Georgi Lozanov descubrió la influencia
sobre el organismo de ciertos ciclos sónicos que utilizó en
psicopedagogía para acelerar el aprendizaje (un idioma en un mes). El
propósito es crear un estado orgánico “ralentizado”, moderando el
funcionamiento y sincronizándolo con ritmos de base, referidos a la
totalidad corporal. El ritmo actúa como resincronizador de ritmos
internos desincronizados. Con el “clip” rítmico de un metrónomo, a 50
ciclos por minuto, nosotros logramos, en el cuarto estado, que el sujeto
sincronice su corazón al mismo ritmo, 50 pulsaciones por minuto. Pero
habitualmente Briggiler prefería trabajar con un tipo de música
especial, de ritmo muy lento y sostenido. Con la colaboración de Radio
Nacional (Santa Fe) grabó una selección muy laboriosa de música barroca,
tomando exclusivamente los movimientos largos, de un ritmo de 40 a 60
ciclos por minuto, con clave de tiempo de 4/4, donde alternan diferentes
instrumentos (violín, clavicordio, mandolina, guitarra, flauta) y
diferentes claves (mayores y menores) de Bach, Corelli, Häendel,
Telemann y Vivaldi.
Este conjunto de técnicas muy elaboradas
constituyen la metodología para llegar al Cuarto Estado, en el que el
organismo sincroniza holísticamente sus ritmos biológicos, colocándolo
en forma controlada en una situación rítmica especial que permite que
actúe integrado, sin que uno de los sistemas bloquee al otro. La base
consiste en hacer desaparecer compartimentos obstaculizadores y abrir
circuitos habitualmente cerrados. Con estas técnicas de inmersión se
coloca al individuo en estado de resonancia, donde la totalidad del
organismo funciona en armonía consigo mismo, y, tal vez, con el
Universo. Se ha transformado en el mejor equipo biológico
emisor-receptor para cualquier tipo de comunicaciones. Y, lo que es muy
importante, controlable, siendo posible determinar la dirección de
búsqueda.
Contactos
Haremos una breve reseña de tipo
general de los resultados obtenidos y reportados por Briggiler mediante
el Cuarto Estado, metodología electrónica de comunicación
extraterrestre.
Y comenzaremos por el primer
contacto, por las características particulares que revistió, y que volcó
en una obra de ficción (“YADOS, contactos extraterrestres del cuarto tipo”, Enrique Briggiler, Editorial Corregidor, Buenos Aires, 1979).
El sujeto en el Cuarto Estado establece un contacto, comenzando a
recepcionar emisiones en un lenguaje desconocido, de tipo binario, que
no existe como lengua viva ni muerta. Después de varias comunicaciones
sin comprender nada, le llamó la atención el hecho de que ellos sí
podían comprender al equipo de psiquiatras trabajando sobre el sujeto
sometido al experimento. Como si utilizasen información del caudal de
datos contenidos en el cerebro del sujeto receptor.
Así, si podían utilizar dicho
material para recepcionar, a la manera de un analizador automático, se
supuso que de igual forma sería posible revertir el proceso y utilizar
el mismo sistema para sus emisiones. Progresivamente lo lograron. Al
comienzo hubo dificultades, pues al intentar emitir en lengua española
equivocaba la terminología, trastocaba la ubicación de las sílabas,
desconocía la significación exacta de los vocablos, incluso de términos
comunes como “agua”, etc., en fin, les recordaba un niño en el período
de aprendizaje con desconocimiento de la pronunciación y el significado
de términos habituales de la vida cotidiana (después, como comprobaron,
su realidad era otra, muy distinta a la nuestra). Al interrogarle acerca
de cómo se alimentaba, contestaba: “¡Jakiaratinque!. Jari ya serive”,
y se señalaba el costado derecho, a la altura en que nosotros tenemos
la cintura. Al fin llegaron a comprenderse mutuamente, para sorpresa del
equipo santafecino: estaban en contacto con un “robot”, o algo
semejante, aparentemente perdido en el espacio, y en una situación de
urgencia, pues lo que repetidas veces les había indicado como fuente de
alimentación en su costado era una batería (¿?) (así las designaron,
sólo por analogía) descargada, y requería urgentemente de materiales
para recargarla. Tenía unos 50 centímetros de estatura y Briggiler supo
mostrarme el boceto del mismo. No vamos a detallar su mundo, pues cada
uno de los contactos establecidos con diferentes civilizaciones
demandaría un libro. Estos seres dependían de una estación central que
dirigía sus actividades, pero estaban programados con cierto margen de
independencia que les permitía hacer elecciones o tomar resoluciones
como si fuesen propias, o al menos, así lo suponían ellos. El contacto
con Yados fue una historia larga, y por momentos emotiva (¿Es difícil –o
no– encariñarse con un robot?).
Con posterioridad a esta primera
experiencia continuaron perfeccionando la técnica, entrando en
comunicación con diferentes civilizaciones. Parece que los vecinos que
nos frecuentan son mucho más numerosos de lo imaginado. Describiremos
(siempre según los escritos de Briggiler) algunas características
generales de nuestros visitantes:
a) Provienen de distintas
civilizaciones, independientes entre sí. Muchas veces se niegan a
indicar su procedencia. Algunas han establecido asentamientos
artificiales (bases) temporarios en nuestro sistema. Otras veces
proceden de sitios desconocidos por nosotros y designados con diferente
terminología en el mapa celeste.
b) Sobre la causa de su presencia aquí
han encontrado dos constantes: por una parte, al detectar la existencia
de vida en nuestro sistema, vienen con objeto de investigación. Somos
motivo de estudio por parte de ellos. Y otra razón que se repite con
bastante frecuencia: su concentración en zonas de conflicto armado, con
vigilancia permanente de sitios donde existe movilización de tropas. La
posibilidad de una conflagración de grandes proporciones es motivo de
constante preocupación por parte de ellos. Esto se debería a que una
guerra nuclear podría afectar determinados equilibrios en el espacio
provocando reacciones en cadena y perjudicando otros sistemas y otras
civilizaciones. Y aquí, algo muy importante: todos sin excepción,
pregonan la paz. Parece que somos el último reducto de la galaxia donde
en un planeta sus habitantes hacen la guerra entre ellos mismos. Son
seres con una moral supuestamente más elevada que la nuestra, o al menos
con un instinto de conservación más desarrollado. Y esto trae aparejado
una actitud general hacia nosotros casi de rechazo, a veces colindante
con el desprecio, originada en nuestra agresividad y violencia. Esto
suele crear dificultades en el contacto por su falta de interés, y a
veces, hasta se niegan a hacerlo. Somos considerados bárbaros, y algunas
de estas civilizaciones muestran una soberbia molesta. Briggiler
siempre insistió en esto: procuran pasar inadvertidos, no les interesa
el contacto y tratan de evadirnos.
c) En cuanto a las características
objetivas, señalaremos: con respecto a las naves, tienen diferentes
tamaños, que oscilan de 6 a 40 metros, con una media de 15 a 20 metros.
En lo que hace a color, brillo y luminosidad, no difieren de las
observaciones directas descriptas hasta el momento. Lo mismo la forma,
que en general es una estructura circular u ovoide, más bien aplanada, a
veces alargada. Su superficie exterior es descripta como metalizada sin
que a simple vista se detecten alteraciones de continuidad que indiquen
aberturas. Lo que habitualmente se describe como ventanillas con luces,
no son tales. Existen dos tipos de estructuras con apariencia de
ventanillas luminosas: unas pertenecen al sistema de propulsión, y de
acuerdo a su funcionamiento, es la coloración o destellos con que se
perciben. Otras pertenecen al sistema de observación, pero no directa.
Son pantallas que a la manera de lentes de cámaras de televisión
transmiten la información visual a pantallas receptoras de imágenes en
el interior de la nave y pueden regular la distancia del objetivo a la
manera de nuestros microscopios o telescopios. Podemos ser estudiados
como una bacteria en el microscopio electrónico. Cuando el “sondeo
psíquico” encontró naves posadas sobre la superficie, su base de
sustentación no difiere de las observaciones clásicas (patas en trípode,
etc.). Habitualmente se desplazan en conjunto. Rara vez encontraron
naves aisladas, y en estos casos integraban un grupo del que
momentáneamente se habían desprendido para cumplir una misión.
d) En cuanto al interior, de acuerdo
al tamaño está dividido en compartimientos, y se destacan dos
características frecuentes. El interior está siempre iluminado
totalmente, y es imposible identificar la fuente de iluminación, que,
según los sujetos, es como si “saliera” o lo produjese la misma pared. Y
en estas, son muy pocos los espacios libres. Están prácticamente
cubiertos de pantallas, paneles con botoneras y luces funcionales.
e) Habitualmente las naves están
ocupadas por “seres”. En una sola oportunidad se localizó una nave
solitaria sin ocupantes, que se desplazaba a gran velocidad sobre el
Atlántico con rumbo aparente hacia Canadá. Todo su instrumental
funcionaba automáticamente. El número de ocupantes difiere, en los que
se han contactado, desde dos hasta un máximo de nueve. Esto,
directamente vinculado al tamaño de la nave, y a su vez, relacionado con
el tamaño de sus ocupantes.
Si intentáramos hacer una
sistematización o clasificación del tipo de seres contactados, los
dividiríamos de la siguiente manera:
1) Seres totalmente vivos (en el
sentido de lo que nosotros designamos “vida”, con determinadas
características biológicas en común), y dentro de éstos, dos clases:
seres antropomórficos, con forma semejante a la humana, pero variantes
diferenciables en lo anatómico y funcional. Por ejemplo, algunos tienen
seis dedos en las manos y en los pies. Otros son lo que consideraríamos
enanos (60 cm) o gigantes (¡2,50 m o más!). Suelen ser lampiños totales y
carecen de faneras, restos inútiles de la evolución biológica: no
tienen pelos, vello ni uñas. Carecen de párpados y sus ojos tienen una
inmovilidad que hace “difícil mantener la mirada”. El color de la piel
es diferente, lo mismo que su rugosidad. En algunos también la boca es
un resabio sin ninguna utilidad alocutiva, pues se comunican entre sí de
otras maneras, por lo que aparece en estado de atrofia: labios finos,
sin movilidad, etc. Lo mismo que nariz y orejas. Algunos son
desproporcionados, en los que suele destacarse el tamaño de las cabezas.
2) Además de estos seres
antropomórficos, existen otros seres vivos que se apartan completamente
de las formas convencionales, semejantes a batracios de gran tamaño (40
cm). Lograron un solo contacto que no prosperó por imposibilidad de
comunicación. Detectaron la presencia de los experimentadores del
psiquiatra y comenzaron a comunicarse entre ellos con sonidos
ininteligibles y guturales, tipo “chillidos”, que les hizo suponer que
estaban alarmados. Fue imposible entenderse.
3) En el otro extremo de este bosquejo
de clasificación, estarían los denominados “robots”, o algo semejante.
Seres completamente artificiales, programados pero con cierta autonomía,
de tal manera que les permite elecciones, con cierto margen de
capacidad resolutiva independiente. Están permanentemente contactados
con una central o base, desde la que reciben y a la que emiten
información en forma continua. Tienen capacidad de desplazamiento y se
comunican entre sí.
4) Y por último, un tipo de seres de
constitución mixta, con un organismo funcional en el que poseen
implantados distintos tipos de dispositivos de naturaleza biónica; así,
unos disponen de una especie de lente en la frente a través del cual
emiten proyecciones de imágenes o ideas por medio de ondas o radiaciones
con las que se comunican. Otros poseen un aparatito muy interesante,
implantado en el pecho, al igual que uno de nuestros marcapasos, pero
sin conductores, y que desempeña las funciones de sensor biológico:
cuando alguna de las funciones orgánicas se altera o desequilibra lo
indica de inmediato. Otros tienen en el rostro una especie de pequeña
pantalla tipo televisor. De hecho, en una sesión se filmó y grabó las
instancias de un contacto con esta clase de extraterrestres. A los pocos
días de esta experiencia salió publicado en todos los medios de
difusión un encuentro de dos niños en Mendoza con un humanoide o robot
que respondía con notable coincidencia en su descripción al contacto
establecido por los investigadores. En lo que hace a la forma de
comunicación entre ellos, varía: se han encontrado lenguas diferentes
con respecto a las conocidas en nuestro planeta, especialmente en los
antropomorfos. Otra forma de transmisión es la que nosotros designamos
como “telepatía”, pues al menos no necesita de sonidos para comunicarse
ni utilizan medios físicos detectables por nosotros: simplemente, se
comprenden. Y una tercera forma es a través de técnicas y códigos
electrónicos (señales) utilizados por los seres de constitución mixta
(¿biónicos?) y robots.
El concepto de tiempo y espacio
por parte de ellos difiere completamente del nuestro, así como el manejo
que hacen de determinado tipo de materia y energía desconocido por
nosotros. Los parámetros que ellos utilizan para medir el tiempo son
diferentes (por ejemplo, un “nove”, que es el “día” de una de estas
civilizaciones, equivale a 45 días de los nuestros), y con respecto al
promedio de vida, se han encontrado algunos que viven… hasta 800 años de
los nuestros, lo que nos trae reminiscencias de los patriarcas bíblicos
que vivían, según la tradición, ese tiempo y aún más. No tienen
problemas de salud ni conocen lo que es la enfermedad, ni la función del
médico en nuestra sociedad. Su existencia se interrumpe al terminar su
ciclo, en forma natural, o por accidente, o por voluntad propia, esto
último frecuente cuando se encuentran agotados de vivir.
Por otra parte, ellos sólo pueden
ingresar a nuestro planeta en determinados períodos y por ciertas zonas,
que varían según las épocas. Desconocemos qué tipo de condiciones son
las que facilitan o no esa penetración. Y una vez bajo la esfera de
influencia de nuestro planeta, pueden desplazarse siguiendo determinadas
líneas de fuerza lo que les impone trayectorias preestablecidas y
planificadas, con escaso margen de maniobra para alterarlas.
Y algo importante: sabemos que para
que la luz impresione nuestra retina y provoque la percepción de una
imagen, las radiaciones luminosas deben tener una frecuencia y amplitud
determinadas (espectro luminoso o luz visible) de 4000 a 8000 Aº
(Armstrongs = diez millonésima parte de milímetro). Las radiaciones por
encima y por debajo de estas magnitudes constituyen la “luz invisible”,
que no impresiona nuestra retina. Es muy frecuente en las descripciones
de avistamientos de OVNIs escuchar decir que “desapareció de golpe”,
atribuyéndolo a variaciones de velocidad o aceleración. Y no es así.
Durante uno de los contactos se ha explicado el fenómeno. Para hacerse
visibles a nuestra retina, dependen del nivel de condiciones vibratorias
en que se encuentren o coloquen, y lo mismo sucede a la inversa. O sea
que cuando desaparecen abruptamente no se debe a fenómenos de
aceleración, sino simplemente que dejan de impresionar nuestra retina,
por ingresar en longitudes de onda diferentes. Sencillamente, dejamos de
verlos. De la misma manera que no oímos un tipo especial de silbato
para perros, porque producen frecuencias vibratorias no audibles para
nosotros.
Somos objeto de estudio por parte de
ellos: estudian las condiciones de vida de nuestro planeta y recogen
muestras. Algunos desconocen lo que es el agua. En una zona deshabitada
de la costa atlántica una nave descendió y sus ocupantes, desconociendo
este elemento, pretendían infructuosamente recoger muestras de agua con
la mano. Pero otras civilizaciones necesitan de ella: en un paraje del
río Bermejo encontraron dos naves gemelas suspendidas sobre la
superficie del agua abasteciéndose de la misma. Todo aquí les interesa,
desde los peces (“¿qué son esas cosas que se mueven debajo del agua?”), los perros (“¿cómo se llaman esos seres que conviven con ustedes?. ¿por qué conviven con ellos?”),
los pájaros, los libros. Ellos no utilizan la comunicación escrita. La
conversación y acopio de conocimientos e información, así como su
transmisión generacional, la realizan por medio de computadoras.
Pero lo que más les llama la
atención, a todas las civilizaciones sin excepción, es la mente. Nuestra
mente (lo cual es un índice de sus limitaciones). Y eso se debe a esta
técnica de comunicación. En forma reiterada preguntan: “¿qué es lo que ustedes llaman mente?. ¿Qué es eso que les permite llegar tan lejos?”.
Les resulta inexplicable y sorprendente que los hallamos descubierto y
localizado, pretendiendo como pretenden pasar inadvertidos, y aún más,
que se haya hecho contacto con ellos. Sus mecanismos psíquicos son
diferentes, y se les han notado carencias emocionales y afectivas. A
veces ellos detectaban la presencia de los “exploradores” antes de que
éstos se hicieran notar. El sujeto-sonda ingresa y comienza la
descripción de lo que ve, interrumpiéndose en un momento determinado: “Ya se dieron cuenta que estoy –dice–. “Se están comunicando entre ellos sobre esto. Están sorprendidos”. Luego se establece o no la comunicación.
Cuando la rechazan disponen de medios técnicos para neutralizarnos. “Es como si me hubieran bloqueado”, dice el sujeto. O “Estoy fuera de la nave; me echaron”. Lo vuelven a introducir, y a poco: “Estoy de nuevo afuera. Me volvieron a echar. No quieren saber nada”.
En escasas oportunidades han utilizado métodos violentos, pero persiste
el convencimiento de que no ha sido por agresividad o con el objeto de
hacer daño, sino como mecanismo de defensa. En estas circunstancias, la
experiencia fue dolorosa para el sujeto. Para ello han utilizado
radiaciones que a través de la vista, el oído o directamente, afectan el
cerebro del sujeto. Éste se contrae violentamente lanzando gritos de
dolor y tapándose con las manos desesperadamente los ojos u oídos, según
el caso: “…¡Fue un sonido como si me destrozara la cabeza!, o, “Esa luz… esa luz… ¡me taladraba el cerebro!… ¡enceguecedora!”. Por supuesto, inmediatamente se lo trae de vuelta sin consecuencias.
En otros casos se establece una
relación fluida y dinámica, no amistosa ni cordial, pero al menos
interesante en el intercambio. Pero siempre con limitaciones, siendo
ellos los que imponen las condiciones, y con reticencias en cuanto a la
información que suministran. En más de una oportunidad se concertaron
nuevos encuentros, siempre supeditados a la planificación de sus tareas,
su trayectoria y su permanencia en el planeta.
En una oportunidad, contactaron con
una civilización en extinción. Habían padecido una conflagración con una
civilización de otro sistema que los destruyó, y los pocos
sobrevivientes quedaron con secuelas irreversibles. Este grupo huyó al
espacio (no más de cien seres) y deambulaban penosa, pero serenamente,
esperando su fin. No pudieron colonizar otro planeta por las condiciones
especiales de vida que requerían, y además, habían perdido la capacidad
reproductora, o fuente de reproducción, a causa de las radiaciones
recibidas. No se pudo determinar la naturaleza exacta de estos seres,
pues si bien estaban separados en individualidades físicas, todos se
encontraban interconectados entre sí, y a la vez, a una central
reguladora. Lo que pensaba uno simultáneamente lo percibía la totalidad
del grupo, a través de esa central, y la respuesta era elaborada,
percibida y emitida por todos, a través de uno de ellos. Lograban
sobrevivir porque habían encontrado una fuente de energía en el espacio
de la cual debían abastecerse periódicamente. La extinción de uno de sus
miembros significaba un “rebote” doloroso para todos, a través de uno
de ellos. Esta interconexión de partes individuales para constituir una
superestructura diferente nos trae a la mente el concepto de “Guestalt”.
Las incursiones de algunos de ellos a
nuestro planeta la realizaban a título de observación, por curiosidad,
sin otro objetivo que el solaz o el esparcimiento. Una vez en la esfera
de influencia de nuestro planeta debían tener sumo cuidado con la
proximidad de nuestros satélites artificiales, que representaban un
peligro para ellos, pues les interrumpía o bloqueaba la conexión con la
central reguladora y eso podía significar su fin. Se concertó un nuevo
contacto con ellos, y establecieron una fecha alejada (un mes de los
nuestros), porque en ese intervalo debían salir de nuestro planeta para
“recargarse” y además, debían esperar determinadas condiciones para su
reingreso. En la fecha preestablecida se logró el contacto, pero
llegaron ya sobre el final de Ellos. Estaban terminando. Para Ellos fue
un divertimento final. Para los humanos testigos, a los que aún les
quedan resabios ancestrales de nuestra evolución biológica, como los
pelos, las uñas, el coxis, el apéndice y las emociones, fue una
experiencia angustiante.
Una última experiencia: con fecha 6
de marzo de 1982 llegó al Colegio de Médicos de Santa Fe una nota
firmada por un supuesto comandante Benni Kuharén,
autoidentificándose como extraterrestre y estacionado con sus naves en
nuestro sistema. La nota llegó a manos de Briggiler y su gente, y por
sus características, se supuso en un primer momento que sería obra de un
delirante. Después de algunas vacilaciones, resolvieron investigar. Se
estableció un contacto con el supuesto comandante Kuharén, el que fijó
sus normas, pretendiendo imponer su autoridad. Se solicitaron pruebas de
su existencia real, y se sugirió un encuentro en zonas rurales poco
habitadas de los alrededores de la ciudad de Santa Fe. Él manifestó que
esto no era necesario, ya que podía acercarse a los humanos sin causar
trastornos. Así se convino la fecha del sábado 13 para su presentación
en el barrio Guadalupe (donde se encontraba el Instituto de
Investigaciones Biológicas, sitio de trabajo). Contrariamente a ciertas
versiones periodísticas, la nave espacial enviada comenzó sus
evoluciones en el sector mencionado en los primeros minutos de dicho
día, en dirección noroeste de la ciudad. Con posterioridad reapareció en
las primeras horas del día domingo, en el mismo sector, evolucionando
en dirección noreste hasta ubicarse en las inmediaciones de la laguna
Setúbal, oportunidad en que fue percibida por algunos vecinos y filmada
por un periodista.
Este incidente lo dejaremos en el
depositario de las anécdotas. Pero algo para meditar, suponiendo que
todo se haya debido a coincidencias:
1) En los contactos OVNI establecidos por el equipo de Briggiler, todos convergen sobre posibles zonas de guerra.
2) En la carta del comandante Kuharén al
Colegio de Médicos, aquél designa su representante personal con sede en
Port Stanley (para nosotros, por siempre Puerto Argentino) en las islas
Malvinas (o Falklands, para los angloparlantes).
3) En pocos días más, se desencadena la tragedia de la guerra de las Malvinas.
Consideraciones finales
Briggiler supo escribir en un opúsculo estas reflexiones, fruto de lo que aprendió de estos contactos:
a) “El ser humano, desde su
nacimiento, está condicionado. En primer lugar, por la piel, que lo
limita, lo separa de “lo otro”, le condiciona su individualidad,
transformándolo en “isla” (conciencia del yo). Tiene masa y ocupa un
lugar en el espacio. Por otro lado, los aconteceres cíclicos naturales
fueron incorporando a nuestro ser el concepto de tiempo: las cosas
suceden, se suceden, su-ce-si-va-men-te, en forma lineal, de acuerdo a
nuestros mecanismos mentales, con la lógica del pensamiento cartesiano:
antes-durante-después. No concebimos el simultáneo. No podemos
aprehender otro tiempo y espacio que no sea el nuestro. El tiempo nos
“pasa”, sin imaginar que tal vez seamos nosotros los que “pasamos” a
través del tiempo.”
b) “Con estas limitaciones
conceptuales, vamos asumiendo en nuestro yo esa parcela de entorno en
que nos desenvolvemos. Y a esta porción de realidad incorporada a través
de los órganos de los sentidos le damos categoría de realidad total. De
tal a cual longitud de onda o en tal frecuencia vibratoria, existe.
Lo demás, no. Pero resulta que esa realidad es cambiante a través del
tiempo, lo cual la invalida como tal. Antes del microscopio “no
existían” los microbios. Ahora resulta que, a cierta velocidad, el
tiempo se acorta. Y también parece que la Tierra se mueve, gracias a
Galileo y a pesar del Santo Oficio. Vamos re-creando la realidad. Esta es en tanto y en cuanto yo soy.
Y como yo soy como soy, voy creando una realidad totalmente falseada.
Pero la academia ortodoxa la acepta como tal, y además nos aconseja que
el único alimento útil es la alfalfa. Y si así lo dice, debemos comer
alfalfa.”
c) “Con esta realidad condicionada pasamos de lo que en una época fue antropocentrismo a lo que hoy podríamos denominar antroporrealidad.
El ser humano no acepta otra realidad más que la que puede captar con
sus limitados medios (sus sentidos), con los que se conforma, y luego
internaliza (sus mecanismos psíquicos), al igual que la cucaracha: tiene
sus necesidades de cucaracha, su lenguaje de cucaracha, sus amores, sus
problemas, sus angustias, sus dioses, en fin… su realidad de cucaracha.
Y esa cucaracha no puede imaginar ni concebir lo que estamos debatiendo
aquí, porque sus estructuras biológicas no se lo permiten.”
d) “De esta manera, las dificultades
que se nos plantean para aceptar otro tipo de realidad que no sea la
nuestra, son innumerables. Estamos condicionados, al igual que ese
individuo que visitó el zoológico y llegó al corral de la jirafa.
Sorprendido, la examinó detenidamente: el cuerpo tan chico respecto al
cuello, éste, enorme de largo, con una cabeza desproporcionadamente
pequeña. Patas delanteras altas y traseras cortitas. Después de
estudiarla un buen rato, se encogió de hombros y siguió su camino,
diciendo: “este animal no existe”. No podía incorporarlo a sus
estructuras mentales.”
e) “Charles Lindbergh, pionero de la
aviación norteamericana, que fue el primero en efectuar el vuelo directo
New York-París en un monoplano y solo (1927), con posterioridad ayudó a
iniciar y apoyó el programa espacial norteamericano. Con motivo de la
preparación de hombres para viajar a la Luna, Lindbergh declaró: “… debido
a la duración de los viajes, parece evidente que nuestras exploraciones
espaciales no pasarán de los planetas más próximos, y además, quizás
debamos atravesar fronteras ajenas al tiempo y el espacio, por lo que
debemos aplicar nuestra ciencia, no a la construcción de vehículos, sino
a la vida, a las cualidades infinitas y en infinita evolución de los
seres humanos, a su capacidad y posibilidades ilimitadas. Cuando nuestra
conciencia crezca –continúa– la experiencia (mente) podrá viajar sin necesidad de acompañar a la vida (organismo). Descubriremos que sólo sin naves podremos llegar a las galaxias, que solamente sin ciclotrones podemos llegar al interior de los átomos”.
De esta manera, Lindbergh planteaba las ventajas que sobre el envío de
sondas físicas (satélites, naves) tiene el enviar sondas psíquicas.”
“En ingeniería aeronáutica, una
de sus ramas, la aerodinámica, puede ser utilizada científicamente para
demostrar que el abejorro no puede volar. Y muy que les pese a los
ingenieros, el abejorro vuela.”