Hace algún tiempo escuché una
frase que me dejó un tanto perplejo: "La Historia es la madre de todas las
ciencias". En principio no le di mayor importancia y lo catalogué como una de
tantas estupideces que salen de las bocas humanas; pero fijaos bien, que se me
quedó grabado de tal modo que hoy no me queda más remedio que escribir sobre
tal asunto.
Si la especie humana, todos sus
componentes no solo los historiadores, fuese honesta quizá podríamos hablar
de una cierta objetividad en los asuntos históricos; pero todo el mundo sabe
que esto no es así. Un trabajo histórico no es mejor mientras más apuntes y
referencias a pie de página tenga. Lo único que eso demuestra es que el
historiador, de turno, ha leído mucho y, discúlpenme, ni eso tampoco es creíble;
dado que realizando un verdadero trabajo científico, al menos estadístico, en
la mayoría de las ocasiones sale un tiempo necesario para haber leído tal, literatura referida, de al menos dos o tres vidas más. El ejemplo lo tenemos en unas de
las obras más voluminosas de la literatura ocultista como es La Ciencia Oculta
e Isis sin velo de la Señora Blavastky que poseen miles de referencias intentando mostrar la veracidad histórica de los acontecimientos que en esas magníficas
obras de ocultismo se describen.
Un Historiador es avalado por
toda su trayectoria. De nada sirve que un determinado espécimen de la humanidad
posea una titulación en Geografía e historia o esté doctorado en Historia medieval
o en prehistoria. Una persona honesta que en el transcurso de su vida haya
plasmado, sus estudios históricos, sin segundas intenciones o engaños y,
además, haya rectificado sus trabajos anteriores cuando lo ha considerado
necesario, con el transcurso del tiempo, será evidentemente reconocido como un
reputado historiador que podrá ser leído con cierta credibilidad.
¿Por qué hablamos de esto? Aún,
no creyendo haber batido ningún record de lectura, si podemos afamarnos de ser
un amante de la literatura y de la historia en particular. Lo curioso del caso
es que sobre un asunto concreto, no viene al caso especificarlo, puede ser cualquiera, pueden
leerse versiones muy diferentes y lo que unos supuestos historiadores plasman
como verídico e inefable, sabiamente sustentado por su título académico,
otros los consideran fábula y leyenda abalado por el mismo procedimiento. Es,
como si dijéramos, que dos jueces juzgaran un mismo asunto; pero en sentido
contrario basándose en sus estudios y propio entendimiento. Uno de los dos
jueces, seguro, estará equivocado si no es que está realizando prevaricación.
La Historia, del mismo modo, solo puede ser una y lo difícil, en este asunto,
es que el Sentido común sirve de bien poco; cosa que sí podría servir para
analizar una resolución judicial.
En el transcurso de la Historia
humana se han venido produciendo falsificaciones históricas de diversa índole: documentos,
obras de arte, invenciones y descubrimientos, etc… Hay un dicho tan antiguo
como el hombre que dice que la Historia la escriben los vencedores y la
experiencia de mis lecturas me han terminado por demostrar que no solamente es
cierta dicha expresión sino casi sagrada; es decir si podemos estar seguros de
una cosa es de que una historia oficial, patrocinada por un determinado grupo o Estado, siempre estará mermada en su veracidad. Aquí no estamos hablando de
mentiras absolutas sino de ladinos engaños y verdades a medias que, muy
probablemente, sean los peores de los embustes.
Cualquiera, no hace falta ser
historiador, puede apañarse de datos históricos
como fechas nombres y sucesos e hilvanarlos, a su conveniencia, de un
determinado modo hasta llevarnos a conclusiones muy diversas y que no tienen
por qué pertenecer al mundo de lo Real. Esto
es cierto, de forma excusable e incluso loable, en las denominadas novelas
históricas y que no son otra cosa que
historias de ficción, construidas en un entorno histórico. El lector que se
acerca a dichas obras, desde el principio, sabe que lo que va a leer allí nunca
ha sido real y quien así lo crea es solo su problema. Un problema de formación muy
básica principalmente.
El problema surge cuando se nos
intenta convencer de que determinados sucesos han sucedido, basándose en
apuntes dispersos y sin real conexión, y sin embargo solo son fruto de la
imaginación y mala fe de sus creadores. Esto es posible porque los asuntos
históricos están sujetos a episodios muy bien conocidos; pero también a otros que
se vienen manteniendo en la penumbra, en la mayoría de las ocasiones, y en la
más absoluta oscuridad, otras tantas veces. Son estos episodios mal conocidos y
que se hunden en terrenos pantanosos cargados de leyenda, los que utilizan los
charlatanes de turno para intentar convencernos de que las ruedas de molino en
realidad se tratan de hostias consagradas ¿No sé si queda claro al lector lo
que trato de indicar?
Quizá, el lector, vea este relato
como algo macabro que le intenta hacer ver que nada, dentro de la historia, es
fiable y sujeto a una mínima credibilidad. Si esto está sucediendo en tu mente,
querido amigo, te pido mis más sinceras disculpas porque no es ese el caso ni la intención;
pero tampoco quisiera que se tomasen como reales sucesos que se han venido repitiendo,
una y otra vez, por los más diversos historiadores y lo único que han hecho es
arrastrar el error generación tras generación.
Concluyendo, solo tratamos de
demostrar que la Historia, en ningún modo, puede ser considerada, per sé, como
una Ciencia y mucho menos como la madre de todas las ciencias. Es por ello,
también, por lo que, quizá, este Autor se dirige en la mayoría de las ocasiones
a sus corazones sin llevar una retahíla de datos supuestamente históricos.
Sabemos hasta donde podemos llegar con una serie de datos, que, con mucha
probabilidad, jamás llegaremos a conocer si llegaron a ser sucesos reales o salidos de la
imaginación de un fantasioso escritor de posteriores generaciones y falsificados
mediante documentos o falsas pruebas arqueológicas, con la única intención de
demostrar una falsa realidad que podría suponerle, a su creador y en su carrera,
algún tipo de beneficio económico o de relevancia social.
No es la primera vez que hablo de
fragilidad de la disciplina que conocemos como Historia; pero también quería dejar
claro, la honestidad de mi humilde trabajo de investigación interdisciplinar
y es por ello, quizá, por lo que en mi Trabajo solemos usar con más frecuencia
que la debida el condicional más que la taxativa afirmación.
Ello, no obstante, no debería ser
utilizado para intentar demostrar que una determinada Escuela de pensamiento se remonte
históricamente a la época sumeria, caldea o egipcia o que otra determinada
organización lo hiciese a la mítica época de nuestros primeros padres. Creo que
el denostado sentido común y nuestra intuición son muy necesarios a la hora de
cribar la verdad para separarla de la falsedad, de las verdades a media,
engaños y mentiras.
La experiencia nos viene
demostrando que muchísimas organizaciones, la mayoría sino la totalidad, vienen
cimentando su mítica historia sobre increíbles leyendas de muy difícil comprensión en nuestro actual
siglo XXI; pero es que eso no es lo importante: Por sus hechos los conoceréis.
¿Es adecuado su proceder? ¿Son legítimos sus modos de financiación? ¿Nos
proporciona algo positivo a cambio de nuestro tiempo, dinero y atención? ¿Asumen
su historia como algo mítico o como verdades inmutables?
En realidad no debería
importarnos si el basamento histórico de nuestra Organización está cimentado en
la más sensible de las verdades o en la más absoluta y fantástica de las
entelequias. Lo importante es que hoy en día se entienda que esto es así y que
nuestro intelecto quede libre de pesados prejuicios formados por falsedades,
engaños y verdades a medias. La Historia, en el fondo, algún día quedará
relegada en el mismo pozo donde reposan las fábulas, la mitología y las
leyendas más abrumadoras. La única y verdadera historia que nos debe importar es el Presente. Dice un dicho que quien no conoce la historia está condenada a
repetirla y esto, aunque parezca verdad, es falso de toda necesidad. El Hombre
está condenado a cumplir con su destino y se repetirá un determinado episodio
histórico si así está escrito en nuestros genes, se conozca o se desconozca la historia. Esto es así. Esa frase nos es mostrada con
la peor de las intenciones para que movamos nuestras vidas en una determinada
dirección, en el mejor de los casos, o que nos mantengamos pasivos y miedosos, en
el peor, para beneficio de unas determinadas élites.
La Historia se vive, se escribe,
día a día y minuto a minuto quedando grabada en el Libro N o de la Naturaleza y
que, hoy en día, los científicos conocen que se trata de nuestro código
genético, el Genoma. Nunca hay que darle más valor que el que realmente posee, el de la utilidad, dado que el Verdadero Conocimiento no se encuentra en la memoria sino en el mismo Pensamiento, en la Filosofía.
Si nuestra institución actúa de
forma adecuada, se financia de un modo justo y sin afán de lucro, reconoce su
historia como algo no inmutable y sin embargo mítico. Si sus fines, a corto,
medio y largo plazo son loables y en beneficio de la humanidad y a nosotros no
nos supone un perjuicio sino solo beneficios, entonces estaremos en el lugar
adecuado.
Es debido a esto que preferimos
hablar de movimientos y corrientes de pensamiento que de sólidas instituciones que
transmiten el conocimiento de forma inmutable y protegidas por no se sabe bien
que espíritus de supuestos hermanos mayores de la humanidad.
Los caminos del Señor son inescrutables.
Los caminos del Conocimiento son inescrutables me gusta decir a mí. Con mucha
probabilidad, algo cimentado en la mentira desde hace muchos siglos, haya
llegado a nosotros cargado de perlas de sabiduría. La clave está en el
discernimiento que necesitamos para poder reconocer las perlas del cieno en
donde nos han venido dadas y que, mal que nos pese, las ha protegido de la
erosión del espacio y del tiempo.
No nos aferremos al mito y a la
leyenda. No nos aferremos a falsas verdades y que a nuestra mente le cuesta
digerir: Usemos la intuición y el discernimiento (Ese famoso sentido común del
que se habla a favor y en contra) para reconocer la verdadera historia y si, en
realidad, su conocimiento nos es útil a nosotros y al conjunto de la humanidad.
Si esto es así escarbemos hasta desgarrarnos las manos y recuperar sus más íntimos
secretos; pero jamás usemos ese conocimiento para embarcarnos en discusiones
bizantinas que solo nos lleven a conseguir eternos e inquebrantables enemigos.
Aralba