sábado, 8 de diciembre de 2012

Los constructores (I)



 SUMERIA.
¿Cuando empieza la Historia? Para responder a ello debemos recordar los conceptos básicos que definen el cambio de la Prehistoria neolítica a la Historia. En forma sencilla se afirma que son la aparición de los núcleos urbanos y la aparición de la escritura como método de comunicación. Así hubo un primer pueblo que destacó sobre las demás de su época, esta fue la Civilización Sumeria, cuna de la Historia.


A Uruk se le puede considerar como la primera ciudad-estado (3,000 – 3,500 años a.c), y es allí donde se encontró los restos de escritura más antiguos.


La ciudad de Uruk se impuso poco a poco, sin embargo no llego a ser un gran reino, ya que Sumeria era un país formado por varias ciudades-estado. Toda ciudad tenía un Zigurat (Pirámide escalonada para observar los astros y hogar del Dios de la ciudad), un Palacio del rey, un Templo y asentamientos agrícolas en la afueras.


Los sumerios fueron grandes constructores, pero por el uso común del adobe pocas obras han llegado a nuestra época en buenas condiciones, lo que si se tiene son muestras abundantes de orfebrería y los relieves en piedra, así como tablillas de barro cocido.


Es la cultura súmera en Mesopotámica (en el actual Irak), la primera referencia sobre las construcciones piramidales, los zigurat, situados en lugares principales de sus ciudades, eran las puertas a los dioses. En la parte superior de estas pirámides de adobe existía un pequeño templo en el que se producía la conexión con el dios.


En la ciudad de Babilonia ("Bab-ili", que quiere decir "Puerta de Dios"), de planta cuadrangular, existía en su centro un zigurat que ha pasado a la historia como la Torre de Babel. Esta torre de planta cuadrada, era una construcción escalonada realizada con miles de ladrillos de adobe, se accedía mediante rampas y escaleras, y en su parte superior existía el templo en donde se producían los rituales. 


Esta torre, se construyó gracias al conocimiento de la construcción que tenían los arquitectos sumerios (los egipcios heredaron la tradición de los sumerios). Cabe señalar que el arquitecto es, según la significación griega, el que conoce la técnica para la construcción del templo, no es quien realiza el culto, asunto del que se ocupaban los sacerdotes.


Es importante señalar que esta diferenciación se ha mantenido a lo largo de la historia. Los Arquitectos son los primeros obreros, los que conocen como debe realizarse la obra, los constructores iniciados. Si un arquitecto no construye no está en la función que el rito le asigna.


Los arquitectos sumerios alcanzaron un elevado conocimiento de diversas disciplinas para conseguir la correcta construcción de sus ciudades y templos. Se sabe que conocían la geometría, la aritmética, la escritura, la astronomía, la astrología, la estática, la mecánica y para poder ejecutar sus proyectos debían de dominar el arte de administrar los recursos naturales y humanos.


Los sumerios estudiaron las estrellas dividieron el años en 12 meses, determinaron los 12 signos zodiacales, las 12 horas del día y las 12 horas de la noche, los sesenta minutos de cada hora y los 360 grados del circulo. Para los sumerios el 12 era el número del universo. Contaban señalando con el pulgar las doce falanges de los otros cuatro dedos de la mano, y marcaban los múltiplos de doce con los cinco dedos de la otra, de modo que el mayor número que podían contar con los dedos era 60. Para ellos el número 12 se encontraba también en la mano del hombre. La mano del obrero que construía la puerta a los dioses.


Los arquitectos sumerios construyeron sus ciudades y templos en ladrillos de adobe, millones de ladrillos producidos con el único material que disponían en su tierra, el adobe formado por arcilla y agua, materiales que son la fuente de su cultura, y base de todas sus creencias. Los Arquitectos sumerios no utilizaban la piedra, pues no disponían de ese material. 


La sociedad sumeria determinaba de manera clara las diferentes funciones de las clases dirigentes: el Rey, el Sacerdote y el Arquitecto. Estos últimos gracias al estudio de las disciplinas enumeradas más arriba podían llevar a cabo con éxito la construcción de sus torres zigurats, que facilitaban a los sacerdotes la conexión con sus dioses. 


Anu era el dios del cielo, y tenía su santuario más importante en la ciudad de Uruk. Su culto queda reflejado en el mito de la creación: al principio de los tiempos, el mundo era un caos dominado por Tiamat, diosa del mar (el mar era signo de caos y destrucción para un pueblo que no tenía ningún conocimiento de navegación) fue Anu quien la derrotó y con su cuerpo creo el Universo. Esta victoria era la que le otorgaba la preeminencia sobre los otros dioses. En el templo situado en la cima del zigurat el sacerdote realizaba el ritual a Anu, dios del cielo.


Es interesante comprobar como queda determinado en esta época (4.000 al 3.000 a.c.) muchas de las tradiciones y características que se han ido repitiendo en las culturas posteriores en todo el mundo, como es el caso de la Torre de Babel y el Diluvio Universal.


Es importante señalar el claro perfil del arquitecto sumerio. El primer obrero, el que por el estudio del cosmos en su manera más amplia y plena conoce como construir (y no necesariamente con piedra) la puerta a lo celestial.


La palabra arquitecto es de origen griego formado por:


ARKHO El Primero

El Que Sabe Como

TEKTON Obrero que construye, carpintero

ARKHITEKTON EL obrero del primero, el que sabe como construir el templo


LOS EGIPCIOS.
Manetón, el sumo sacerdote del templo de Heliópolis, debió disponer de una ingente cantidad de material de trabajo en el momento en que se dispuso a escribir su Historia de Egipto en griego, durante el reinado de Ptolomeo II Filadelfo (aprox. 250 a. c.). Esta obra no se ha conservado intacta, pero la conocemos por resúmenes fragmentarios y escogidos a través de los escritos de Josefo y otros autores clásicos que se remiten a ella sólo para justificar sus propias opiniones en las polémicas. (Alfred Cyrill – Los Egipcios)


A falta de la Historia de Manetón, nos es de inapreciable valor el relato que el viajero griego Herodoto (450 a.c.) nos ofrece en el libro II de su Historia, en el que refiere su viaje al valle del Nilo. Su narración es sagaz y de considerable valor mientras cuenta lo que ha visto con sus propios ojos; pero en la mayoría de los casos se limitó a transmitir lo que le contaban, y parece ser que nunca entró en contacto con las clases instruidas del país. (Alfred Cyrill – Los Egipcios).


Jufu construyó su pirámide monstruosa en una meseta rocosa, a pocas millas al norte de Sáqqara, cerca de donde se halla hoy la ciudad de Giza. Cuando la pirámide estuvo terminada, su base, cuadrada, medía 755 pies por cada lado, es decir, cubría una superficie de trece acres. La pirámide medía de la base a la cúspide 481 pies. Esta "Gran Pirámide" está formada por trozos de piedra —en número de 2.300.000, según se estima, con un peso medio de dos toneladas y media por pieza—. Cada uno de ellos fue transportado desde las canteras próximas a la Primera Catarata, a unas 600 millas de distancia (por vía fluvial, naturalmente sobre barcos arrastrados río abajo por la corriente del Nilo).


Teniendo en cuenta el estado de la ingeniería en aquellos tiempos y el hecho de que la estructura se ejecutó prácticamente con las manos (no se usó ni siquiera la rueda), la Gran Pirámide constituye sin duda la más noble realización arquitectónica del mundo.


Los hombres no han dejado de maravillarse ante la Gran Pirámide, la mayor construcción erigida por el hombre; una construcción que no ha sido superada en los 4.500 años de su existencia. Los griegos la calificaron junto con las demás pirámides vecinas de una de las "siete maravillas del mundo", y de las siete enumeradas por ellos, sólo las pirámides pueden admirarse todavía. Y tal vez sigan en pie incluso después de que las naciones modernas hayan desaparecido como el antiguo Egipto y la antigua Grecia.


Naturalmente, la Gran Pirámide atrajo la atención de Heródoto, el cual trató de informarse preguntando sobre ella a los sacerdotes egipcios. Estos le contaron ciertas historias fantásticas que no podemos aceptar, aunque una parte de la información parece razonable. Le dijeron que se había tardado veinte años en construir la Gran Pirámide, y que en ella habían trabajado cien mil hombres. Y esto puede muy bien ser cierto.


También le dijeron el nombre del rey que la había erigido, pero Heródoto tradujo el extraño nombre egipcio a algo que sonase "más griego" y más habitual a sus oídos, por lo que Jufu se convirtió en Keops; y nosotros estamos mucho más familiarizados con la versión griega, sobre todo con su ortografía latina Cheops (por lo general, la versión griega de los nombres egipcios nos es conocida mejor en su ortografía latina, y de ahora en adelante los escribiré siempre con ortografía latina).


Nos gusta creer que los cien mil constructores de la pirámide eran esclavos, sometidos al látigo de despiadados vigilantes. Muchos creen, por haberlo leído en la Biblia, en el libro del Éxodo, que muchos de los esclavos eran judíos. Sin embargo, la Gran Pirámide y las edificaciones hermanas fueron construidas unos mil años antes de que los israelitas llegaran a Egipto, y en todo caso, es muy probable que las pirámides fueran construidas por hombres libres que trabajaban a gusto y recibían un buen trato. (Isaac Asimov – Historia de los Egipcios).


Debemos remarcar que fueron los griegos, los historiadores "formales" más antiguos que se conocen por ello muchas palabras sumerias y egipcias se deformaron o se adecuaron al gusto griego.


Imhotep era el arquitecto del complejo de la pirámide escalonada del rey Dyoser (2630-2611 a. de C.) en Saqqara, que no tiene rival en lo concerniente a la grandeza de su concepción y que fue el primer edificio colosal de piedra que se construyó. La pirámide sugiere una escalinata gigantesca para el ascenso del monarca al cielo, mientras los edificios que la rodeaban eran el templo para el culto real y otros pabellones y capillas para la eterna celebración de las Fiestas del Jubileo de Dyoser. Un busto en piedra caliza de una estatua perdida del rey Dyoser (llamado Netyeri-jet en sus monumentos) conserva el nombre y los títulos de Imhotep: Portasellos del rey del Bajo Egipto, uno que está cerca de la cabeza del rey (es decir, visir), jefe de la Gran Mansión, representante real, Sumo sacerdote de Heliópolis, Imhotep, el carpintero y escultor...


A partir de vasos de piedra descubiertos en las galerías, en torno a 30 m. bajo la pirámide, aún podemos añadirle el título de "Sacerdote lector en jefe". Así pues, los más altos oficios religiosos y seculares de la Administración egipcia pertenecían a Imhotep.


Además del complejo de la pirámide, Imhotep era arquitecto de un santuario al dios Sol en Heliópolis, dedicado por Dyoser y que hoy en día sólo perdura en fragmentos de relieves de gran calidad. Su nombre ha sido también encontrado en un grafito del muro de la pirámide inacabada del rey Sejemjet (2611-2603 a. de c), sucesor de Dyoser. Ésta es el último testimonio histórico de Imhotep, por lo que podemos presumir que hace 4600 años que murió.


Su reputación como arquitecto experimentado llevó a que los escribas de Egipto lo adoptasen como el más eminente de los que ejercieron su oficio. Fue considerado como fuente de inspiración intelectual y una gran cantidad de máximas morales se decía que habían sido escritas en papiro en su nombre. Una referencia la constituye una composición, en parte pesimista y en parte hedonista, conocida como Canto del arpista, cuya mejor copia es la del Papiro Harris 500 del Museo Británico. (George Hart – El Pasado Legendario Mitos Egipcios).


A partir del año 3000 a.c. la civilización egipcia tuvo su desarrollo más importante, los reyes y los sacerdotes sumerios cesaron, su civilización desapareció, pero los conocimientos de los Arquitectos sumerios fueron transmitidos mediante la palabra a los Arquitectos egipcios. De todos ellos el más famoso y que paso a la historia por sus obras fue Imhotep. 


El arquitecto Imhotep no poseía solamente las cualidades de un arquitecto; también era médico, mago, astrólogo, escritor y filósofo. Imhotep fue el autor de la primera pirámide para el rey Zóser el magnifico. Fue el artífice de una revolución trascendente de un alcance considerable, puesto que fue el primer arquitecto en construir en piedra un conjunto monumental tan importante como el de Saqqara. 


La pirámide escalonada, realizada por la superposición de mastabas similares a los zigurats sumerios.


Fue Imhotep el sucesor de los arquitectos sumerios, su figura completaba la trilogía de rey, sacerdote y arquitecto. Como en toda la antigüedad, su conocimiento de las leyes del universo permitía la conexión entre el rey, representante de la tierra y el sacerdote, representante del cielo.


Tras Imhotep los arquitectos egipcios construyeron las más completas ciudades sagradas de la historia, sus templos, pirámides y conjuntos monumentales son muestra de su altísimo conocimiento. Su tradición transmitida en palabra de maestro a aprendiz a lo largo de los siglos alcanzo un altísimo grado de sabiduría que permitió soluciones técnicas y de gestión de recursos, tanto naturales como humanos, de los que hoy no tenemos explicación. Los estudiosos actuales de sus construcciones no consiguen una explicación satisfactoria de como se pudieron realizar las pirámides, ni como se pudo organizar su construcción. Ese conocimiento transmitido de generación en generación se perdió. Los arquitectos posteriores solo han podido vislumbrar parte de la sabiduría de sus antecesores. 


Egipto es la civilización donde el Arquitecto refleja su carácter ARKHITEKTON, el primer obrero, el que sabe. No hemos podido aun hoy en día recuperar la sabiduría perdida que los arquitectos egipcios poseyeron.


Como se habrá notado hubieron constructores en Sumeria y Egipto, pero debemos a la vez recordar que tanto los griegos como los egipcios heredaron los conocimientos sumerios, que se perdieron en el tiempo ya que estos se trasmitían de maestro a aprendiz en forma oral.


ISRAEL
Salomón, tras recibir en el sueño las instrucciones de JHWH (Jehová), al respecto de iniciar las tareas de construcción del Templo, las emprende siguiendo las instrucciones dadas por el viejo profeta Natan. Para comenzar estos trabajos Salomón, que gobierna un pueblo de pastores trashumantes, no asentados y, por lo tanto, no instruidos en el arte de construir, recabará los esfuerzos de un hombre versado en estas artes y, por ello, lo reclamará de allí donde estos oficios son casi sagrados y sirven al poder para mejor expresar su esplendor: de Egipto. En señal del pacto, Salomón casará con la hija del faraón Saimón, que se desplazará a vivir en Jerusalén conservando su religión y levantando con ello las primeras críticas de los levitas al nuevo estado de las cosas en Israel.


El emperador egipcio designará a un experimentado arquitecto de nombre Hiram-Habib (Hiram el Fundidor) para el trabajo de construir el Templo en Jerusalén....


GRECIA

"Que nadie entre aquí si no es geómetra". La frase que estaba en el frontispicio de entrada a la escuela platónica.


La geometría era la base del arte de la construcción y de la arquitectura clásica y constituía, según los griegos, el desarrollo de las ideas contenidas en las formas geométricas, entendidas éstas en su aspecto puramente cualitativo, de igual manera que en todas las tradiciones de las civilizaciones en la historia antigua. La geometría es por excelencia la ciencia en la época clásica, estrechamente relacionada con la ciencia de los números, ya que la geometría es realmente el cuerpo del número, tal como pensaban los pitagóricos, de una energía o fuerza en acción, de un poder divino que al plasmarse en la sustancia receptiva del mundo y del hombre la actualiza y la hace inteligible, esto es, la ordena al conjugar y armonizar sus partes dispersas.


La geometría necesitaba de un proceso de iniciación para su conocimiento y práctica. Podemos decir que como ciencia iniciática y sagrada tenía el carácter de secreto para el profano. Los arquitectos griegos alcanzaron un gran dominio de la geometría como disciplina aplicada a la construcción en todos sus edificios.


ROMA Y LOS COLEGIOS.

En el Monte Palatino, se estableció a mediados del siglo VIII antes de la era actual, un pueblo que llegaría a convertirse nada menos que en Roma, la Ciudad Eterna cuna del imperio Romano


Diversos autores recogieron y dieron forma literaria a leyendas acerca de la fundación de la ciudad, que se fijó convencionalmente en el año 753 antes de nuestra era. Entre ellas, que el fundador de la ciudad, Rómulo, descendiente del héroe troyano Eneas, fue amamantado en su niñez, junto con su hermano Remo, por una loba que se convirtió en el símbolo de la urbe.


La leyenda menciona que Numa Pompilio, supuesto segundo Rey de Roma, organizó el ejército y creó los célebres Colegios de Arquitectos asignados a las Legiones Romanas que estuvieron acantonadas en el Medio Oriente en el siglo VII antes de la era actual. 


Los Escritores alemanes Krause, Heldmann y otros, anunciaron al mundo por primera vez, la relación que existía entre los Colegios Romanos de Arquitectos y la Sociedad de los Francmasones.


La teoría de Krause sobre este asunto se encuentra principalmente en su obra titulada Die drei altesten kunsterkunde. Afirma que la doctrina de la Francmasonería tal como existe ahora, con todas sus características religiosas y sociales, políticas y profesionales, su organización interior, sus formas de ideas y acciones, se debe a los Colegios de Artífices o Collegii artificium de los Romanos, los que pasaron con muy pocos cambios característicos a las Corporationen von Baukunslern, o "Gremios Arquitectónicos" de la Edad Media hasta la organización inglesa del año 1717.


Es a Numa, el segundo Rey de Roma a quien los historiadores, en seguida de Plutarco, atribuyen la primera organización de los Colegios Romanos; aunque según las conjeturas razonables justas de Newman, es probable que una organización semejante existió anteriormente entre los habitantes albaneses, comprendiendo así a los artífices toscanos residentes. Pero es de admitirse que Numa les proporcionó esa forma que han conservado sucesivamente.


Numa, al ascender al trono, encontró a los ciudadanos divididos en varias nacionalidades, las que provenían de los romanos, los sabinos y los habitantes de los pueblos y lugares inmediatos de poca importancia, quienes, por un acto de preferencia o por la fuerza, se les hizo cambiar de residencia a las riberas del Tíber. Esto dio origen a una separación de ideas y opiniones y a una idea constante de desunión. Pero el objeto de Numa era el de destruir por completo estos elementos rivales, y de establecer una identidad perfecta de sentimiento popular, de tal manera que podríamos usar las frases de Plutarco, que son alusivas, "la distribución de los pueblos puede constituir una mezcla armoniosa de todos y para todos".


Con este objeto estableció una religión común, y dividió a los ciudadanos en curias y tribus, cada curia y tribu consistiendo de un cuerpo mezclado indiferentemente de romanos, sabinos, y de otros extranjeros naturalizados de Roma.


Conducido por la misma sagacidad política, distribuyó a los artesanos en varios gremios o corporaciones, bajo el nombre de Collegia o "Colegios". A cada colegio le fueron asignados los artesanos de una profesión particular, y cada uno tenía sus reglamentos locales, seculares y religiosos. Estos colegios se desarrollaron con la misma rapidez que la República, estableciendo Numa también desde su origen nueve Colegios, siendo éstos el Colegio de Músicos, de Orífices, de Carpinteros, de Tintoreros, de Zapateros, de Curtidores, de Forjadores, de Alfareros, y el noveno compuesto de todos los artesanos que no eran aptos en estos oficios, y que por lo mismo no estaban comprendidos en los títulos anteriores, y que posteriormente aumentaron en gran número. Es cierto que fueron abolidos, o trataron de abolirlos ochenta años antes de la Era cristiana, por un Decreto del Senado quien observó con celo su influencia política, pero fueron revividos veinte años después, estableciéndose de nuevo por la ley del tribuno Clodio, que revocó el senado Consultor. Continuaron activos bajo el imperio, extendiéndose en las provincias, y aun sobrevivieron hasta la decadencia y caída del Imperio Romano.


Ahora bien, investiguemos la forma y organización de estos colegios, y al mismo tiempo tratemos de determinar la analogía que existe entre ellos y las Logias masónicas.


La primera reglamentación, que era indispensable, consistía en que ningún Colegio podía formarse de menos de tres miembros. Tan indispensable era esta regla que la expresión tres faciunt collegium "tres forman un colegio", llegó a ser una máxima de la ley civil. Era del mismo modo tan rígida la aplicación de esta regla, que el cuerpo de cónsules no obstante que se nombraban "colegas", y que poseían y ejercían todos los derechos colegiados, nunca fueron reconocidos legalmente como Colegio, por la razón de que consistían de dos miembros solamente. Se sorprenderá fácilmente el lector con la identidad de este reglamento de los Colegios y el de la Francmasonería, el que con igual rigor requería tres Masones para construir la Logia. El Colegio y la Logia requieren igualmente tres miembros para ser legales. Un número mayor puede proporcionarle más eficiencia, pero no puede hacerla más legítima. Esto, entonces, es la primera analogía que existe entre las Logias de los francmasones y los Colegios Romanos.


Estos colegios tenían sus oficiales respectivos, quienes se asemejaban muy singularmente en condiciones y deberes a los oficiales de la Logia masónica. Cada Colegio lo presidía un jefe o presidente, cuyo título de Magister se traduce exactamente por la palabra inglesa "Master". Los oficiales inmediatos eran los Decuriones. Eran análogos a los "Vigilantes" masónicos, pues cada Decurio presidía una sección o división del Colegio del mismo modo en que encontramos en la mayor parte de los rituales ingleses antiguos y continentales, la Logia dividida en dos secciones o "columnas", en cada una de las cuales presidía uno de los Vigilantes, por cuyo conducto se transmitían las órdenes del Maestro a "los hermanos de su columna". Había también en los Colegios un Escriba, o "secretario", quien llevaba el registro de sus procedimientos; un Thesaurensis, o "Tesorero", quien tenía a su cargo el fondo de la comunidad; un Tabularius, o guardador de los archivos, equivalente al "Archivero" moderno; y finalmente, como estos Colegios combinaban la adoración religiosa y singular con sus labores ordinarias, había a cada uno de ellos un SACERDOS, o sacerdote, quien dirigía las ceremonias religiosas, y era exactamente equivalente al "capellán" de la logia masónica. En todo esto, encontramos otra analogía entre estas instituciones antiguas y nuestros cuerpos masónicos.


Otra analogía se encontrará en la distribución o división de clases que existía en los Colegios Romanos. Así como las Logias masónicas tienen sus Maestros masones, sus Compañeros masones y sus Aprendices, del mismo modo los Colegios tenían sus Seniores, "superiores", o directores del oficio, y sus jornaleros y Aprendices. Los miembros no se nombraban, de igual manera que los francmasones "hermanos", porque este término fue adoptado primeramente en los gremios o corporaciones de la Edad Media, y en realidad es la descendencia del sentimiento cristiano; pero, como hace observar Krause, estos Colegios, por lo general, se dirigían bajo el sistema o costumbre de una familia, de donde proviene la apelación de hermano que se encuentra de vez en cuando entre las apelaciones de familia. El carácter parcialmente religioso de los Colegios Romanos de Artífices, constituye una analogía muy singular entre ellos y las Logias masónicas. La historia de estos Colegios demuestra que se había otorgado un carácter eclesiástico a estos Colegios al tiempo de su organización por Numa. Muchos de los talleres de estos artífices se erigieron en la proximidad de los templos, y su curia, o lugar de reunión, se comunicaba generalmente con el templo. La deidad a la que se consagraba dicho templo la adoraban peculiarmente los miembros del Colegio adyacente, y se constituía en el dios protector de su arte u oficio. En el transcurso del tiempo, habiendo sido abolida la religión pagana y modificado el carácter religioso de estos Colegios, los dioses paganos acogieron, mediante las influencias de la nueva religión, a los Santos cristianos, uno de los cuales se adoptaba siempre como el protector de los gremios modernos, el que, en la Edad Media, tomó el lugar de los Colegios Romanos, y de este origen proviene entre los Francmasones la dedicación de sus logias a San Juan de la costumbre semejante que existía en las Corporaciones de Arquitectos.


Estos Colegios verificaban juntas secretas en las que transaban los negocios que consistían de iniciaciones de neófitos en su Fraternidad, y de instrucciones místicas y esotéricas a sus Aprendices y jornaleros. Eran, en este concepto, sociedades secretas semejantes a las logias masónicas.


Acostumbraban contribuciones periódicas o mensuales, las que donaban los miembros para el sostenimiento del Colegio, por cuyos medios se acumulaban un fondo común para la ayuda de los miembros indigentes o el auxilio de extraños destituidos pertenecientes a la misma sociedad.      El gobierno les permitía que fundasen su constitución y que decretasen estatutos y reglamentos para su propio gobierno. Estos privilegios se engrandecieron paulatinamente ampliando sus reglamentos, de tal modo que en los últimos días del imperio, los Colegios de Arquitectos especialmente se encontraban investidos con poderes extraordinarios referentes a la vigilancia y dirección de los constructores. Aun la distinción tan popular que se encuentra en jurisprudencia masónica, entre "legalmente constituidas" y "logias clandestinas", parece encontrar una similitud o analogía en este caso; porque los Colegios que habían sido establecidos por autoridad legal, y que por lo mismo, tenían derecho al goce de los privilegios de acuerdo con las Instituciones, se decían collegia licita, o "colegios legales", mientras que aquellos que formaban asociaciones voluntarias, no autorizadas por el decreto expreso del senado o el emperador, se llamaban collegia ilicita, o "colegios ilegales", los términos LICITA e ilicita equivalían exactamente en su importancia a las logias constituidas y clandestinas de la francmasonería.


En los Colegios los candidatos para admisión se elegían del mismo modo que en las logias masónicas, por la votación de los miembros. En relación con este asunto, la palabra latina que se usaba para expresar el arte de admisión o recepción es digna de consideración. Siempre que alguna persona era admitida en la Fraternidad del Colegio, se le consideraba cooptatus in collegium. Además, el verbo cooptare, empleado casi exclusivamente por los romanos para significar la elección en el Colegio, proviene de la palabra griega optomai, "ver, contemplar". Esta misma palabra da origen, en el griego, a la palabra epoptes, espectador u observador, o aquel que ha adquirido el último grado en los misterios Eleusianos; en otras palabras, iniciado. Así es que, sin exagerar mucho la ingenuidad etimológica, podríamos decir que cooptatus in collegium significaba "ser iniciado en el Colegio". Esto es al menos singular, pues la interpretación más general, de cooptatus es "admitido o aceptado en la Fraternidad", o lo que es lo mismo "libre de todos los privilegios del gremio o corporación"; y resulta que la idea es la misma tal como se transmite entre los Masones por el título de "Libres y Aceptados". Sabemos por Krause que estos Colegios de obreros hacían uso de los implementos de su arte o profesión en forma simbólica en otras palabras que cultivaban la ciencia del simbolismo; y en este sentido, en efecto, más que a ningún otro se encuentra una analogía sorprendente entre los colegiados y las instituciones masónicas. Lo que hemos manifestado no puede negarse; pues como la organización de los Colegios participaba, como ya se ha demostrado, del carácter religioso, y, tal como se admite que toda la religión del paganismo era eminentemente y del caso todo simbólica, en consecuencia toda asociación que estaba basada o cultivada bajo el sentimiento mitológico o religioso, debe cultivar también el principio del simbolismo.


En la organización, el modo de gobierno, y las prácticas de los Colegios Romanos, existe una analogía entre ellos y las Logias masónicas modernas que es evidentemente más que accidental. Es de suponerse que mucho después de la disolución de los Colegios, la Francmasonería, en el establecimiento de sus logias, intencionalmente adoptó la organización colegiada como un modelo por el cual estableciera su propio sistema, o puede suceder que dicha semejanza ha sido el resultado de una sucesión de asociaciones originadas entre sí, en las que figuran en primer término los Colegios Romanos. Pero aún no se ha logrado determinar si las logias deben su origen a los Colegios sólo por su forma, o por la forma y substancia.


En el tiempo de Numa, los Colegios Romanos eran únicamente nueve. En los años subsiguientes de la república el número aumentó gradualmente, y casi todos los grados o profesiones tenían su colegio particular. Con el adelantamiento del imperio, su número fue mucho mayor y sus privilegios se extendieron notablemente, al grado de constituir un elemento importante en los cuerpos políticos.


Los Romanos se distinguieron desde un principio por el espíritu de colonización. Tan luego como sus armas victoriosas habían subyugado a un pueblo, antes que todo se designaba a una parte del ejército a que formase una colonia. Entonces el barbarismo e ignorancia de los habitantes nativos se reemplazaba por la civilización y el adelantamiento de sus conquistadores romanos.


Los Colegios de Arquitectos, ocupados en la construcción de edificios seculares y religiosos, se esparcieron desde la gran ciudad a las municipalidades y provincias. Siempre que se construía una nueva ciudad, un templo o palacio, los miembros de estas corporaciones eran convocados por el Emperador desde los puntos más distantes, para que en la comunidad de labores tomasen parte en la construcción. Los jornaleros podían emplearse, lo mismo que los "peones de cargo" del templo judaico en las labores más burdas y humillantes, pero la vigilancia y dirección de las obras se confiaba únicamente a los "miembros aceptados" -los cooptati- de los Colegios.


Las colonizaciones del Imperio Romano fueron dirigidas por soldados legionarios del ejército. A cada legión se agregaba un Colegio o corporación de artífices, que se unía con la legión en Roma, a la que acompañaba en las campañas, acampando en donde la legión acampaba, y marchando siempre a su lado, y cuando colonizaba permanecía en la colonia para plantar la semilla de la civilización romana y enseñar los principios del arte romano. Los miembros del Colegio construían fortificaciones para la legión en tiempo de guerra, y en tiempo de paz, o cuando la legión permanecía estacionaria, construían templos, casas e infraestructura re riego.


Isaac Asimov en su libro "El Imperio Romano" nos relata la trama central de un hecho que marcaría el inicio de cambios importantes en el mundo, nos referimos al Concilio de Nicea, donde unificaron los diversos Libros santos, transmitido oral y secretamente por los Apóstoles y las Santas mujeres (herederos de la tradición misteriosa traída por Cristo), que no formaban un cuerpo homogéneo, sino que estaban divididos en gran número de pequeños grupos, de cenácu los, de capillas, de conventículos, de socieda des secretas, manteniendo relaciones unos con otros, pero a veces opuestos entre sí.: Fue por esa razón por lo que convocó el Primer Concilio Ecuménico en Nicea. En el curso de sus sesiones, mantenidas desde el 20 de mayo hasta el 25 de julio de 325, los obispos se pronunciaron


El Concilio de Nicea 

Este concilio no fue convocado por la iglesia o uno de sus obispos, sino por un emperador sobre el que aún hoy recaen serias dudas entorno a lo genuino de su fe cristiana, puesto que era un adorador del Solis Invictus (Sol Invicto). La pretensión posterior del obispado de Roma de ejercer una primacía jerárquica sobre el resto de la cristiandad tiene mucho que ver con este deseo de uniformidad imperial.


Por deseo del emperador romano Constantino, el concilio se reunió en la ciudad de Nicea, en el Asía Menor y cerca de Constantinopla, en el año 325 el 20 de mayo, la mañana de las fiestas de conmemoración de su victoria sobre su rival Licinio. Es esta asamblea la que la posteridad conoce como el Primer Concilio Ecuménico, es decir, universal. 


El número exacto de los obispos que asistieron al concilio es desconocido, pero al parecer fueron unos trescientos. Para comprender la importancia de lo que estaba aconteciendo, recordemos que varios de los presentes habían sufrido cárcel, tortura o exilio poco antes, y que algunos llevaban en sus cuerpos las marcas físicas de su fidelidad. Y ahora, pocos años después de aquellos días de pruebas, todos estos obispos eran invitados a reunirse en la ciudad de Nicea, y el emperador cubría todos sus gastos. Muchos de los presentes se conocían de oídas o por correspondencia. Pero ahora, por primera vez en la historia de la iglesia, podían tener una visión física de la universalidad de su fe. Eusebio de Cesarea nos describe la escena: 


"Allí se reunieron los más distinguidos ministros de Dios, de Europa, Libia [es decir, Africal y Asia. Una sola casa de oración, como si hubiera sido ampliada por obra de Dios, cobijaba a sirios y cilicios, fenicios y árabes, delegados de la Palestina y del Egipto, tebanos y libios, junto a los que venían de la región de Mesopotamia. Había también un obispo persa, y tampoco faltaba un escita en la asamblea. El Ponto, Galacia, Panfilia, Capadocia, Asia y Frigia enviaron a sus obispos más distinguidos, junto a los que vivían en las zonas más recónditas de Tracia, Macedonia, Acaya y el Epiro. Hasta de la misma Espafía, uno de gran fama [Osio de Córdoba] se sentó como miembro de la gran asamblea. El obispo de la ciudad imperial [ Roma] no pudo asistir debido a su avanzada edad, pero sus presbíteros lo representaron. Constantino es el primer príncipe de todas las edades en haber juntado semejante guirnalda mediante el vínculo de la paz, y habérsela presentado a su Salvador como ofrenda de gratitud por las victorias que había logrado sobre todos sus enemigos" 


En este ambiente de euforia, los obispos se dedicaron a discutir las muchas cuestiones legislativas que era necesario resolver una vez terminada la persecución. La asamblea aprobó una serie de reglas para la readmisión de los caídos, acerca del modo en que los presbíteros y obispos debían ser elegidos y ordenados, y sobre el orden de precedencia entre las diversas sedes.


Pero la cuestión más escabrosa que el Concilio de Nicea tenía que discutir era la controversia arriana. En lo referente a este asunto, había en el concilio varias tendencias. 


En primer lugar, había un pequeño grupo de arrianos convencidos, capitaneados por Eusebio de Nicomedia, personaje importantísimo en toda esta controversia, que no ha de confundirse con Eusebio de Cesarea. Puesto que Arrio no era obispo, no tenía derecho a participar en las deliberaciones del concilio. En todo caso, Eusebio y los suyos estaban convencidos de que su posición era correcta, y que tan pronto como la asamblea escuchase su punto de vista, expuesto con toda claridad, reivindicaría a Arrio y reprendería a Alejandro por haberle condenado. 


En segundo lugar, había un pequeño grupo que estaba convencido de que las doctrinas de Arrio ponían en peligro el centro mismo de la fe cristiana, y que por tanto era necesario condenarlas. El jefe de este grupo era Alejandro de Alejandría. Junto a él estaba un joven diácono que después se haría famoso como uno de los gigantes cristianos del siglo IV, Atanasio. 


Los obispos que procedían del oeste, es decir, de la región del Imperio donde se hablaba el latín, no se interesaban en la especulación teológica. Para ellos la doctrina de la Trinidad se resumía en la vieja fórmula enunciada por Tertuliano más de un siglo antes: una substancia y tres personas. 


Otro pequeño grupo -probablemente no más de tres o cuatro- sostenía posiciones cercanas al "patripasionismo", es decir, la doctrina según la cual el Padre y el Hijo son uno mismo, y por tanto el Padre sufrió en la cruz. Aunque estas personas estuvieron de acuerdo con las decisiones de Nicea, después fueron condenadas. 


La mayoría de los obispos presentes no pertenecía ninguno de estos grupos. Para ellos, era una verdadera lástima hecho de que, ahora que por fin la iglesia gozaba de paz frente al Imperio, Arrio y Alejandro se hubieran envuelto en una controversia que amenazaba dividir la iglesia. La esperanza de estos obispos, al comenzar la asamblea, parece haber sido lograr una posición conciliatoria, resolver las diferencias entre Alejandro y Arrio, y olvidar la cuestión. Ejemplo típico de esta actitud es Eusebio de Cesarea. 


En esto estaban las cosas cuando Eusebio de Nicomedia, el jefe del partido arriano, pidió la palabra para exponer su doctrina. Al parecer, Eusebio estaba tan convencido de la verdad de lo que decía, que se sentía seguro de que tan pronto como los obispos escucharan una exposición clara de sus doctrinas las aceptarían como correctas, y en esto terminaría la cuestión. Pero cuando los obispos oyeron la exposición de las doctrinas arrianas su reacción fue muy distinta de lo que Eusebio esperaba. La doctrina según la cual el Hijo o Verbo no era sino una criatura, por muy exaltada que fuese esa criatura, les pareció atentar contra el corazón mismo de su fe. A los gritos de " ¡blasfemia!", " ¡mentira!" y "¡herejía!", Eusebio tuvo que callar, y se nos cuenta que algunos de los presentes le arrancaron su discurso, lo hicieron pedazos y lo pisotearon.


El resultado de todo esto fue que la actitud de la asamblea cambió. Mientras antes la mayoría quería tratar el caso con la mayor suavidad posible, y quizá evitar condenar a persona alguna, ahora la mayoría estaba convencido de que era necesario condenar las doctrinas expuestas por Eusebio de Nicomedia.


Al principio se intentó lograr ese propósito mediante el uso exclusivo de citas bíblicas. Pero pronto resultó claro que los arrianos podían interpretar cualquier cita de un modo que les resultaba favorable o al menos aceptable. Por esta razón, la asamblea decidió componer un credo que expresara la fe de la iglesia en lo referente a las cuestiones que se debatían. Tras un proceso que incluyó entre otras cosas la intervención de Constantino sugiriendo que se incluyera la palabra "consubstancial", y se llegó a la siguiente fórmula, que se conoce como el Credo de Nicea:


"Creemos en un Dios Padre Todopoderoso, hacedor de todas las cosas visibles e invisibles. 


Y en un Señor Jesucristo, el Hijo de Dios; engendrado como el Unigénito del Padre, es decir, de la substancia del Padre, Dios de Dios; luz de luz; Dios verdadero de Dios verdadero; engendrado, no hecho; consubstancial al Padre; mediante el cual todas las cosas fueron hechas, tanto las que están en los cielos como las que están en la tierra; quien para nosotros los humanos y para nuestra salvación descendió y se hizo carne, se hizo humano, y sufrió, y resucitó al tercer día, y vendrá a juzgar a los vivos y los muertos. 


Y en el Espíritu Santo.

A quienes digan, pues, que hubo cuando el Hijo de Dios no existía, y que antes de ser engendrado no existía, y que fue hecho de las cosas que no son, o que fue formado de otra substancia o esencia, o que es una criatura, o que es mutable o variable, a éstos anatematiza la iglesia católica." 


Esta fórmula, a la que después se le añadieron varias cláusulas, y se le restaron los anatemas del último párrafo, es la base de lo que hoy se llama "Credo Niceno", que es el credo cristiano más universalmente aceptado. El llamado "Credo de los Apóstoles", por haberse originado en Roma y nunca haber sido conocido en el Oriente, es utilizado sólo por las iglesias de origen occidental, es decir, la romana y las protestantes. Pero el Credo Niceno, al mismo tiempo que es usado por la mayoría de las iglesias occidentales, es el credo más común entre las iglesias ortodoxas orientales, griega, rusa, etc. 



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