Hace unos años realizamos un Taller de escritura, de Ciencia Ficción, en Fuente-taja y de no muy buen recuerdo; pero de donde si salió alguna amistad interesante.
Recuerdo que un día la monitora, experta en culebrones latinoamericanos, nos propuso que leyésemos unos el trabajo de los otros y que inspirándonos en ellos diésemos nuestra opinión o incluso que realizáramos algún trabajo propio o la continuación de aquel.
Había un compañero que había auto-publicado unos cuentos y fue prácticamente imposible que soltara su tan valiosa prenda por miedo a no se qué. Si, por miedo supongo a que fuese copiado, plagiado, etc., etc.
Lo cierto es que yo estaba muy acostumbrado, desde hacía mucho tiempo, a no ser demasiado celoso de nuestra Obra. Eso me lo enseñó mi Maestro Tus, un gran poeta cuyo dominio del lenguaje es inigualable y que dejaba sus joyas creativas desperdigadas por doquier sin ningún tipo de precaución. Cierto es que sus palabras, no entendibles por todos, iban dirigidas a lo más profundo del alma.
Por aquella época, un poco antes, tuve como compañero de labor a un abogado que intentó abrirme los ojos al respecto y consiguió que registrara el grueso de mi Obra hasta entonces, pues es evidente que quien escribe es porque quiere ser leído; pero si no publicas, de algún modo, terminará perdiéndose la obra para siempre. Con el tiempo me di cuenta, al contacto con la Verdad, que eso de la Propiedad Intelectual es una falacia indecente; porque ¿De que somos creadores o propietarios, o inventores? De nada. Todo está inventado ya, lo único que hay que hacer es redescubrirlo. Las historias, los cuentos fantásticos, las historias de ficción que consideramos como producto de nuestra mente son falsos. Ya existen en otro lugar.
Todo lo que viene a nosotros es por escritura automática, canalización gustan de llamarlo ahora, existe existió y existirá en uno de los infinitos mundos del multiverso. Nosotros solo somos meras antenas que se encuentran peor o mejor sintonizadas al respecto; por lo tanto, es una falacia suponer que somos creadores de nada y menos sus propietarios oficiales. ¿Quién paga derechos de autor a los pájaros por haber inventado el vuelo? ¿Quién paga Copyright a los murciélagos por haber inventado el radar y el sonar? ¿Quiénes somos nosotros para ser considerados más importantes que ellos, cuando llevan muchos más millones, viviendo, en el planeta que nosotros?
Yo entiendo que todo el mundo debe de cobrar por su trabajo; pero me parece una indecencia que alguien pueda vivir a cuerpo de rey toda la vida por un simple descubrimiento o un golpe de fortuna literario. Más indecente aún es que los descendientes de los supuestos creadores tengan que beneficiarse por algo que no han hecho ellos mismos.
El creador del Esperanto puso su creación en manos de las Naciones Unidas para que pudiera ser dado gratis a la Comunidad internacional. Es evidente que los países anglosajones se lo han pasado por el forro de ya sabemos donde, pues quien domina el Lenguaje tiene el Poder. De eso sabe mucho mi Maestro Tus. Estamos en un mundo donde todo tiene un valor económico y no depende de su valor, propiamente dicho, sino de otros factores que se nos escapan.
Nosotros preferimos ver nuestra Obra divulgada antes que verse perdida para siempre en algún viejo arcón que termine en un crematorio de basuras. Cualquier digno creador debería pensar de dicho modo y no agarrar a su obra como si se la fueran a robar. De hecho, muchos que podrían ser unos auténticos creadores, se amilanan ante la presumible posibilidad de que pudieran apropiarse de su Obra. ¿Para eso voy a crear, para que me copien la idea?
Estamos convencidos que esa es una mala idea, porque con la creación, traer a nuestro mundo realidades de otros mundos, nuestro espíritu crece y madura hasta transformarnos en lo que ya deberíamos ser: dioses inmortales; mientras seamos tan cretinos y miserables, dando un valor monetario a las verdades espirituales, no conseguiremos pasar del parvulito de la Vida y solo seremos unas fecundas reses para las sociedades generales de autores y que se alimentan del trabajo de otros. Dicho queda.
Aralba
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