Síntesis Biográfica
Nació el 15 de marzo de 1877 en Tarascon sur Ariège (Sur de Francia). A pocos pasos de su casa vivía el historiador Adolphe Garrigou (1802-1897), un anciano a quien los habitantes de la región llamaban cariñosamente “el Patriarca del Sabarthez”. Garrigou estaba firmemente convencido de que los relatos de Napoleón Peyrat, en su “Historia de los albigenses”, se fundaban en hechos reales olvidados por la historia oficial, por lo que consagró muchos de sus esfuerzos a desvelar la verdad desconocida de los cátaros. Adolphe Garrigou reconoció en Gadal, a pesar de su juventud, la misma vocación y le transmitió el valioso fruto de sus muchos años de investigación.
Discípulo fiel de Adolphe Garrigou
Nació el 15 de marzo de 1877 en Tarascon sur Ariège (Sur de Francia). A pocos pasos de su casa vivía el historiador Adolphe Garrigou (1802-1897), un anciano a quien los habitantes de la región llamaban cariñosamente “el Patriarca del Sabarthez”. Garrigou estaba firmemente convencido de que los relatos de Napoleón Peyrat, en su “Historia de los albigenses”, se fundaban en hechos reales olvidados por la historia oficial, por lo que consagró muchos de sus esfuerzos a desvelar la verdad desconocida de los cátaros. Adolphe Garrigou reconoció en Gadal, a pesar de su juventud, la misma vocación y le transmitió el valioso fruto de sus muchos años de investigación.
Antonin Gadal consideraba imperioso que su intuición concerniente a la existencia de la riqueza iniciática de los cátaros fuese confirmada por señales visibles, por huellas en la materia. Dedicó la mayor parte de su vida a recorrer las montañas del Sabarthez, sondeando sus abismos, escudriñando sus grutas, gateando con una bujía en la mano, como un buscador de tesoros. Recogió una importante colección de objetos curiosos, símbolos mágicos y de culto, que mostraban que desde los tiempos más remotos el Sabarthez no había dejado de ser una tierra sagrada, un refugio espiritual.
“El sendero de la iniciación no es sólo una imagen”, le gustaba decir. Siguió el rastro de cada indicio de la verdad concerniente a los cátaros, para descubrir el hilo que los unía a su fuente espiritual original: la Gnosis. Se sumió en el estudio de antiguos textos, en oscuras bibliotecas, no vacilando en volver a copiar largos pasajes, confrontando todos los puntos de vista. Ayudado por un sacerdote apasionado por la búsqueda, el abad Vidal, tuvo acceso a los registros de la Inquisición del Sabarthez, en los que consultó voluminosos registros. Paradójicamente, la mayor parte de las fuentes materiales históricas disponibles procedían de los adversarios de los cátaros: el clero católico, monjes e inquisidores, los vasallos de la corona de Francia. Reunió así preciadas notas.
Tuvo que reconocer que los conceptos originales del cristianismo, fundados en la pureza, el amor, el renacimiento del alma, la santificación y el Espíritu, habían sido lentamente pervertidos, adaptados al deseo de poder de la iglesia y vueltos mundanos. Gadal comprendió muy pronto que se había hecho todo lo posible por impedir estos descubrimientos. Las fuentes originales habían sido destruidas o mutiladas; otras fuentes no estaban al alcance de los investigadores; los datos históricos habían sido completamente mezclados. Habían surgido leyendas y fábulas, haciendo que todo fuera todavía más irreconocible. Sólo subsistían algunos vestigios, que pronto fueron investigados por Gadal.
La obra de un hombre inspirado por el Espíritu
Mientras tanto, el despertar cátaro comenzaba a suscitar un interés real, sobre todo entre los medios ocultistas, teosóficos y algunos otros, principalmente germánicos y anglosajones: ¡Se evocaba Montségur!, ¡El Santo Grial! ¡Se entregaban a infinitas especulaciones! En cuanto a Gadal, parecía perseguir un objetivo completamente distinto, de otra trascendencia: Quería revelar la faz oculta y pura de un cristianismo vivo, que para él no era sino un camino de iniciación para hombres y mujeres asidos en su alma por el “espíritu crístico”. Mientras esperaba su hora, proseguía discretamente sus estudios sobre el terreno en las grutas de Ussat y Ornolac, donde se situaba una parte del misterio de iniciación cátaro. Adquirió la certeza de que estas numerosas grutas, que constelaban las paredes de la “Montaña Sagrada” y formaban una red de galerías subterráneas, habían jugado un papel clave en las prácticas iniciáticas de los cátaros. Si Montségur, sublime lugar espiritual, representaba la parte visible del fenómeno cátaro (“el faro” del catarismo), las grutas de iniciación del Sabarthez (“el puerto” del catarismo) eran la matriz de donde nacía el sacerdocio cátaro, “la perfección”.
Con el profundo recuerdo de vivencias pasadas como guía interior, Gadal sondeó lo que se presentaba ante él. Su búsqueda le mostró que las antiguas fraternidades cristianas, hasta los cátaros y después de ellos, habían tratado de alcanzar el Reino del Espíritu o de la Luz, y que el camino que habían recorrido presentaba en todas partes las mismas características. Descubrió que todos estos hombres y mujeres, todos estos grupos, a veces muy alejados unos de otros y separados por siglos en el tiempo, habían orientado sus esfuerzos en el mismo sentido, habían pasado por las mismas experiencias, habían llegado a los mismos descubrimientos y habían sufrido calumnias y persecuciones. Pero todos ellos, en un momento dado, se habían unido a la misma corriente espiritual irresistible, sin comienzo ni fin, al “Paráclito”, como lo llamaban los cátaros. Todos habían bebido de la misma fuente, fuente que debía ser desentrañada si se quería comprender en profundidad la epopeya cátara. Todo esto se impuso en Antonin Gadal con tal fuerza que no cesó de compartir con los demás los frutos de su intuición. Pero, para que los espíritus se abrieran a estos descubrimientos, primero se debía preparar el terreno.
Contribución a la divulgación del catarismo
En los años 30 del siglo pasado se había formado un grupo de personas orientadas hacia la renovación del catarismo y la búsqueda del Santo Grial. Entre ellas se encontraban personalidades distinguidas: un ocultista, un escritor inspirado, como Maurice Magre, intelectuales como Déodat Roché, que también buscaba el secreto de los cátaros, la condesa Pujol-Murat, descendiente de la célebre Esclarmonde de Foix, el poeta y filósofo René Nelli, amigo de André Breton, para quien “Montségur ardía aún”, y evidentemente Antonin Gadal.
El catarismo supuso para algunos no sólo un gran momento de la historia del pensamiento filosófico de la Edad Media, sino que abrió nuevas perspectivas sobre el conocimiento del hombre, de la evolución de la conciencia y de la espiritualidad en Europa. Bajo este impulso, surgió un círculo de simpatizantes emparentados por el espíritu que trabajó en vista de un despertar, de una revivificación, de la antigua cultura occitana.
Muy pronto el señor Gadal formó en el Ariège, en el entorno de Tarascón y Ussat, un círculo de amigos dispuestos a ayudarle en sus investigaciones, tanto históricas como esotéricas, sobre el catarismo. Tejió lazos de profunda simpatía con Isabelle Sandy, escritora local, con la condesa Pujol-Murat, con Paul Alexis Ladame, escritor suizo que mostraba una gran veneración por los cátaros, con Christian Bernadac, escritor, y su familia, con Fauré-Lacaussade, historiógrafo local. También fue ayudado en su trabajo por algunos sacerdotes católicos, como el citado abad Vidal y el abad Glory, a los que indignaba profundamente las persecuciones infligidas a los cátaros por las autoridades eclesiásticas de la Edad Media.
No es posible citar todos los nombres de sus compañeros de investigación, desde el pastor al erudito. Todos le estimaban y ensalzaban su bondad, su disponibilidad, su apertura de espíritu, su inmensa modestia. Por citar alguno, antes de la guerra encontró a un joven y dotado escritor alemán, Otto Rahn, colmado de ideales elevados y de misterio. En compañía de Gadal, Otto Rahn visitó los castillos y las grutas de la región. Un día, conmovido, exclamó:
“Tenéis la suerte de habitar en un mundo aparte. Todo parece congelado por la historia, y en este valle esculpido por gigantes basta con mirar para ser transformado y, sobre todo, para comprender lo que ha pasado. Todo está inscrito en él. El Sabarthez es un gran Libro, el Libro más bello del mundo.”
Todo esto lo sabía muy bien Antonin Gadal, por ello quería abrir de nuevo este libro, cerrado desde hacía siglos bajo las frías cenizas de las hogueras y la miseria de los calabozos de la Inquisición. En pocas palabras, quería reconstruir una parte de la historia del sacerdocio cátaro. Su investigación se asemejó a una “búsqueda iniciática”. Siguió las huellas de la verdad concerniente a los cátaros y desentrañó progresivamente los profundos lazos que les unían a la antigua fuente gnóstica del cristianismo.
En los años 1937 y 1938 algunos ocultistas, anglogermanos sobre todo, como Walter N. Birks, se interesaron en sus andaduras y se dirigieron a él. Gadal sabía, sin embargo, que el secreto de los cátaros, su “Tesoro”, no podía adquirirse sin esfuerzo personal, sin un proceso interior purificador, una “endura”. Allí donde muchos ocultistas o especuladores querían forzar la puerta del invisible secreto, Gadal escogía otro camino: el de la paciencia, la entrega, la abnegación y la humildad. “¡No es con fuego como se abre la puerta!”Interiormente, “sabía” que esa puerta debía abrirse, pues había desvelado el misterio de iniciación cátaro y penetrado en la elevada espiritualidad de los “bonshomes”, poniendo a la luz el papel que, como centro iniciático, habían desempeñado desde tiempos inmemoriales las grutas del valle del río Ariège.
Encuentro con la Rosacruz
Antonin Gadal, pleno de aspiración, alzaba los ojos hacia las Montañas de donde le llegaría la ayuda. Él esperaba desde hacia tiempo poder entregar un día el testigo de la herencia espiritual de la fraternidad de los cátaros a quienes fueran dignos de ello. A mediados de los años 50 del siglo pasado, Antonin Gadal conoció a los fundadores de la Escuela Espiritual de la Rosacruz Áurea, Jan van Rijckenborgh y Catharose de Petri. Ellos compartían con Gadal la misma orientación gnóstica y, como él, también eran conscientes de la vida del alma, vibrante, divina y universal. Esta vida que brinda Luz, Amor y Vida a todos aquellos que desean liberarse del sufrimiento y de la muerte de esta naturaleza.
Este encuentro incorporó la Joven Fraternidad Gnóstica a la Cadena Universal, a la Fraternidad precedente de la Edad Media, por mediación del anciano patriarca, el señor Gadal. En conmemoración de esta sublime unión y a iniciativa suya, el 5 de mayo de 1957 se erigió, en el centro de los grandes santuarios antiguos, un signo visible, un sencillo monumento de gran valor y sentido profundo, que se conoce con el nombre de Galaad.
Un nuevo “bonhomme”
Lo que más sorprendía a quienes conocieron a Antonin Gadal era su extremada modestia, su bondad, su paciencia, pero también la fe que siempre tuvo en el Espíritu Todopoderoso, la fe en la Religión del Amor que había inspirado al catarismo. Para unos, era el “Abuelo”, el “patriarca”, el nuevo “buen hombre”. Para otros, era “el buen maestro de Ussat, ese hombre delicioso que nos honraba con su amistad” (Pierre Durban).
En Gadal, más que una verdad histórica, encontramos una “iluminación”; más que un poeta o un místico, un conocedor, un “gnóstico”. Este obrero de los caminos fue también el amado patriarca del Sabarthez, la tierra de sus Padres, el pionero de una nueva visión del catarismo occitano. Este hombre de apariencia tan sencilla, que no ejerció ningún papel destacado en la escena del mundo, y que sin embargo salvó a varios judíos durante la segunda guerra mundial, no acumuló ningún bien para sí mismo, sino que se esforzó durante toda su vida por restituirnos un auténtico Tesoro.
Le gustaba decir, con su acostumbrada modestia:
“Son nuestras propias riquezas espirituales las que finalmente nos son devueltas.”
Y añadía, con la fuerza que otorga el saber interior:
“Tenéis una tarea que cumplir, debéis mostrar lo que la humanidad ha perdido desde hace siglos. Debéis consolar a nuestros compatriotas y mostrarles el camino. Ellos se han perdido.”
Consolaba con frecuencia a sus amigos, como los “bonshommes” de antaño, encomendándoles que “endurasen” los sufrimientos físicos y morales, pues comprendía demasiado bien el valor de la endura, término cátaro que designa el proceso de purificación -a la vez físico, psíquico y espiritual- al que ha de someterse todo el que busca el Espíritu Vivo.