martes, 22 de enero de 2013

Catarismo, la Doctrina Prohibida


Escribe el Existe, no cabe duda, un neocatarismo impulsado por el romanticismo surgido a principios del siglo XX con autores como Peyrat, Roché, Magre o Gadal, que hicieron resurgir de sus cenizas –y nunca mejor dicho– la Cruzada Albigense. Otros recuperaron de la memoria unos hechos que pudieron haber cambiado el destino de Europa. A partir de los estudios efectuados por René Nelli, las investigaciones se convirtieron en más rigurosas, y con el paso del tiempo otros investigadores como Duvernoy y Roquebert tomaron el relevo. Finalmente, Anne Brennon, la actual conservadora del Centre d’Études Catahres en Carcasona, es quien ha proseguido con la labor historiográfica.
Pero también existe la otra cara de la moneda, innegablemente mucho más comercial. De Sède, Angebert, Blum o Nataf, por poner unos pocos ejemplos, son autores que han conseguido determinados éxitos con sus trabajos pseudos-esotéricos, en los que el misterio y las conjeturas son elementos principales. No hay duda de que existen lagunas y muchas preguntas sin respuesta, pero, como en tantas ocasiones, se ha caído en el tópico y el cliché; fanáticos, anticlericales, dualistas y un sinfín de calificativos, han acompañado a los bons hommes a largo de la historia. Sin embargo, subyacen realidades mucho más profundas que no han sido divulgadas como merecieran, tal vez por omisión o por desconocimiento de las mismas. A partir del descubrimiento del belga Théo Vencheleer de textos originales como el Ritual Cátaro escrito en occitano, que se encontraba en la biblioteca del Trinity College de Dublín, y el Interrogatio Iohannis, salvado milagrosamente de la persecución de los inquisidores, se produjo un cambio sustancial en las investigaciones. Hasta aquel momento, todos los estudios estaban basados en los documentos inquisitoriales y en las crónicas de los vencedores. Finalmente, con el hallazgo de los rollos del mar Muerto y los manuscritos evangélicos apócrifos de Nag Hammadi, el giro resultó definitivo. Los descubiertos en el citado mar Muerto son los que han recibido mayor difusión. Tras largos años de investigaciones, a los que hay que añadir todo tipo de teorías, especulaciones e interpretaciones, se llegó finalmente a la conclusión generalizada de que los escritos pertenecían a la secta de los esenios. A partir de aquí, las opiniones están divididas entre aquellos que afirman que ello fue la base del nacimiento del cristianismo, y los que lo niegan argumentando que dicha religión apareció un par de siglos más tarde. Pero una corriente filosófico-religiosa no nace de la noche a la mañana; precisa de una base embrionaria, de un desarrollo y finalmente de su establecimiento, y ello sólo es posible con la ayuda del paso del tiempo. Con los hallazgos de Nag Hammadi, menos conocidos y anteriores a los del mar Muerto, pues los primeros se produjeron en 1945 y los segundos en 1947, aparecen los textos denominados gnósticos. Se trata de los primeros Evangelios Apócrifos que, a modo de un guiño histórico, están sugiriéndonos que en ellos se encuentran las primeras corrientes –que serían llamadas dualistas mucho más tarde–, y en consecuencia heréticas para los Padres de la Iglesia. Allí se encuentran las bases de todas las “herejías” que llegarían a convulsionar los intentos de la Iglesia para unificar criterios y llegar a constituir sus bases doctrinales. Desde Zoroastro hasta el catarismo, fueron muchas las figuras que basaron sus ideas y conceptos en esos textos. Pero lo más sorprendente del caso fue que de todas estas corrientes heterodoxas, el catarismo no sólo se basaba en un auténtico gnosticismo, sino que los propios Evangelios canónicos servían de base para su doctrina, sobre todo el de San Juan. Los cátaros aportan el libro de Los Dos Principios, atribuido a Jean de Lugio, el Ritual Cátaro o el Manuscrito de Florencia, como prueba para demostrar que eran auténticos cristianos. Unos pocos versículos bíblicos serán suficientes para comprobar por qué sus ideas –y más aún su comportamiento– ha sido tachado de radical. El gnosticismo, y en consecuencia el catarismo, rechazaban el Antiguo Testamento. En él se descubren dos entidades antagónicas, una cruel y vengativa, y otra muy distinta, misericorde y bondadosa. Algo no encaja, y por ello, el llamado dualismo encuentra suficientes razones en las que basar sus argumentos. Aparentemente, según reflejan las Sagradas Escrituras, Jesús estaba en contra de esa iglesia y de sus representantes. Con ello se enfrentaba al Jehová del Antiguo Testamento y a toda tradición hebrea tergiversada y alejada del verdadero mensaje. No es de extrañar que dijera en su momento, que no había venido para cambiar la ley sino para que se cumpliera.
La imposición de manos El gnosticismo, del griego gnosis –“conocimiento”– no admitía una divinidad con propiedades y características negativas tal y como se exponían en el Antiguo Testamento, pues éstas se encontraban muy alejadas de los conceptos de un Dios bueno y justo. Su aceptación vendría a ser como un insulto a la inteligencia humana. Inteligencia que por otro lado era una de las manifestaciones creadas por la misma divinidad. Ello no tenía sentido y no encajaba con sus bases filosófico-religiosas. Tal rechazo se hacía evidente. Además, la salvación del ser humano tenía que efectuarse a través de una toma de conciencia de trascendencia y de conocimiento, y no con el seguimiento de una fe ciega cuya base doctrinal estaba en manos de intermediarios entre Dios y el hombre. Existen versículos de los Evangelios que prueban la existencia de un profundo esoterismo siempre negado por la Iglesia. En el Nuevo Testamento, por ejemplo, pueden encontrarse apartados claramente significativos. El conocido consolhament de los perfectos del catarismo, es decir, la imposición de manos, es un claro referente. Este gesto ritual lo han realizado todas las religiones, desde Egipto hasta la actualidad.


==Podrían citarse numerosos versículos en los que la imposición de manos está presente como en los Hechos de los Apóstoles (IXX, 2-6), cuando el apóstol Pablo se dirige a Éfeso, en Lucas (XIII, 11-13) y podríamos seguir con Números, Deuteronomio, Marcos, etc. “…una vez hayas acercado a los levitas hasta la presencia del Señor, los israelitas impondrán las manos sobre ellos”. “Josué, hijo de Nun, estaba lleno de espíritu de Sabiduría, porque Moisés había impuesto sus manos sobre él, y los israelitas obedecieron, obrando de acuerdo con la orden que el Señor había dado a Moisés”. “A los que tengan fe le seguirán estas señales: impondrán las manos a los enfermos y éstos sanarán”. Estos son, respectivamente, los versículos en los que, una vez más, el ritual de las manos se va repitiendo a lo largo de los Evangelios. Los cátaros sabían del simbolismo evangélico. Jesús hablaba en parábolas para que tan sólo unos pocos supieran de los contenidos y su interpretación como sucedía con los apóstoles. Ciertos conocimientos estaban siempre presentes en sus enseñanzas, y en alguna ocasión, incluso el maestro llegó a pedir silencio sobre los mismos. También la cruzada y su implacable persecución contra la denominada herejía albigense estaba argumentada por los perseguidos, pues ya había sido vaticinada en las Escrituras. Considerándose auténticos cristianos, se identificaban con las palabras de Juan el Evangelista (XVI, 2-3): “Os echarán de las sinagogas; y aún viene la hora, cuando cualquiera que os matare, pensará que hace servicio a Dios”. “…y estas cosas os harán, porque no conocen al Padre ni a mí”. Asimismo, en Mateo (X, 22-23) leemos: “Seréis odiados por los hombres a causa de mi nombre; pero aquel que perseverare será salvo. Y cuando os persigan en una ciudad, huid a otra”.

Jesús hijo… o no Uno de los puntos más candentes y controvertidos de los Evangelios –y para el catarismo, claro está– es el de la divinidad de Jesús. ¿Dios encarnado o simplemente un hombre extraordinario? Motivo de grandes polémicas, discrepancias y persecuciones, para el gnosticismo se trataba de un ser humano excepcional, y para los cátaros de una ilusión corpórea aparente, conocida como docetismo. El radicalismo del que fueron acusados los cátaros –y que muchos llevaron al extremo–, podemos encontrarlo en numerosos versículos. Si rechazaban la materia, a la jerarquía eclesiástica y afirmaban que Dios se encontraba en todo lo creado y en consecuencia no daban utilidad alguna a los templos, no era debido a una corriente filosófico-religiosa particular, sino por tomar las Escrituras como modelo de comportamiento. En las Epístolas de San Pablo a los Hebreos (X, 4) puede leerse: “…pues es imposible que sangre de toros y machos cabríos borren pecados”. Posteriormente repite el mensaje: (X, 11) y leemos lo siguiente: “…y ciertamente, todo sacerdote está en pie, día tras día, oficiando y ofreciendo reiteradamente los mismos sacrificios, que nunca pueden borrar pecados”. Estos versículos –y otros semejantes– eran la base por la cual el catarismo no daba ningún valor a la liturgia del denominado Sacrificio de la Santa Misa. Reprobaban que en cada ocasión se oficiara el sacrificio de la divinidad para salvación nuestra. Para ellos, nada más alejado de la realidad. Por dicho motivo tampoco podían venerar a la cruz, símbolo de crueldad y padecimiento que imposibilitaba la muerte divina. Dios eterno no podía morir –según afirmaba la Iglesia–, aunque se argumentara dicho fallecimiento como material, es decir, el cuerpo de Cristo, y no una muerte espiritual, su parte divina. Estas ideas y conceptos, que se expandieron con el gnosticismo –mucho más cercano a los hechos–, dio como resultado el que muchos de los contenidos evangélicos posean un trasfondo gnóstico, a pesar de que ello sea negado por la institución eclesiástica. Buscando algunos versículos, como el de Lucas en los Hechos de los Apóstoles, nos ofrecerán una visión muy distinta de la predicada. El rechazo a los templos se encuentra en (XVII, 24): “El Dios que hizo el mundo y todo lo que hay en él, como es Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos de manos”. Proseguir buscando versículos que justificaran las posturas de las distintas herejías resultaría finalmente tedioso. En ocasiones, los evangelios se expresan de forma literal pero en otras el mensaje posee una doble lectura que va mucho más allá de lo aparentemente escrito.
Y los templarios En otro orden de cosas, de entre los muchos interrogantes y respuestas pendientes sobre el catarismo, uno de los enigmas que han suscitado todo tipo de opiniones y teorías, ha sido sin duda alguna la posible relación entre la Orden del Temple y los cátaros. Unos consideran que los templarios combatieron al lado de los cruzados y en contra de la herejía, debido al juramento de obediencia a la Iglesia y al rey. Otros creen que no participaron en el genocidio pues para ellos los cátaros en realidad no eran heréticos sino simplemente cristianos. Unos terceros, incluso, llegan a sostener que ayudaron a los supervivientes a llegar a España. Sea como fuere, existen una serie de indicios que hacen sospechar que tanto cátaros como templarios sostuvieron buenas relaciones. No se trata de pruebas concluyentes, pues la mayoría de ellas fueron a título personal, pero suficientes como para tener dudas más que razonables al respecto. Se sabe de la amistad que existía entre la familia Vernet y la encomienda templaria de Mas Déu, en el Rosellón. Dicha familia procátara, hizo entrega de tierras a la Orden. El señor Pons II de Vernet, se convirtió en su benefactor y en cofrade del Temple en 1223. Enterrado en dicha encomienda, la Inquisición ordenó la exhumación del cadáver, y juzgado post-mortem por hereje, sus huesos fueron quemados como los de tantos otros. Tuvo el mismo fin Arnaud de Mudagons, cuya familia estaba muy unida a la de Vernet. Al comienzo del siglo XIII, la nobleza del Languedoc tenía lazos familiares y de parentesco con la Orden templaria. Muchos caballeros pertenecían a la nobleza, y a pesar de sus votos de castidad, los monjes-guerreros tuvieron esposas con mujeres de dicho estatus. A ello se añadía el deseo de ser enterrados en tierra cristiana, evitando la excomunión, “arma” muy utilizada por la Iglesia en aquella época. Conocidos “herejes” como Olivier de Termes y Bernard Hugues de Serralongue, hicieron importantes donaciones al Temple. Béranger, de la familia Barabaira, fue bodeguero de las encomienda de Mas Déu. Uno de los grandes señores de aquel tiempo fue Pierre de Fenouillet, quien sostenía excelentes relaciones con las nobles familias heréticas del vecino Languedoc. En compañía de Chatbert de Barabaira y Raymond Trencavel, reconquistaron el Razés, antes de verse obligados por los vaivenes de la contienda a refugiarse en el Rosellón. Veinte años después de su muerte, acontecida en la encomienda de Mas Déu en 1261, el inquisidor Pons de Huguet abría una investigación. A pesar de la oposición familiar fue condenado al igual que Pons II de Vernet y Arnaud de Mudagons a que sus huesos se quemaran por herejes. Otro hechos no menos importantes van añadiéndose a la supuesta conexión cátaro-templaria. Cerca de Carcasona, en la encomienda de Douzens, fueron descubiertos unos documentos en los que podían reconocerse una serie de donaciones efectuadas a la iglesia cátara. Estas pruebas, que van apareciendo poco a poco, parecen ir confirmando teorías rechazadas por el historicismo académico. Finalmente, existe una no menos curiosa situación histórica que bien merece nuestra atención. Hubo un noble llamado Bertrand de Blanchefort, según documentos, conocido por sus supuestas conexiones con el catarismo y que había luchado al lado del célebre Raymond Roger de Trencavel –vizconde de Carcasona–, antes de formar parte de la Orden del Temple. Al convertirse en caballero, hizo donación de sus tierras situadas en las cercanías de Rennes-le-Château y de Bezu, una de las más importantes encomiendas de la región. Su progresión dentro de la Orden le llevó a convertirse en Gran Maestre (1156-1169). Mandó venir desde Alemania a un contingente de mineros para que cavaran una serie de galerías bajo el monte Blanchefort, pues una hipótesis de siglos indica que dichos túneles tenían que servir de almacén clandestino al Temple. Hasta hoy, nada se sabe al respecto.==


Los textos ocultos

El espacio del que disponíamos está llegando a su fin, pero todavía nos permite conocer algo novedoso –o cuanto menos insólito– de la llamada herejía albigense. Desde que se desarrolló la escritura, se buscaron sistemas para ocultar mensajes codificados. Esos criptogramas han sido utilizados por todas las lenguas y culturas. En el llamado Manuscrito de Florencia, uno de los escasos textos cátaros originales que se conservan, aparecen tres líneas escritas por mano ajena al documento que se encuentran a pie de página y cuya caligrafía es claramente diferente Redactado en latín, como era costumbre, el contenido criptográfico hace referencia al archiconocido consolhament, es decir, la imposición de manos. Clasificado como Folio 51r, se ha llegado a descubrir que se utilizaron dos métodos o sistemas para su realización. Los investigadores A. Dondaine, su descubridor, y A. Borst, dataron dicho documento aproximadamente de 1280 y 1276 respectivamente. Tal vez el catarismo todavía guarda celosamente alguna que otra sorpresa que en su día nos obligará a escribir nuevamente su historia. Y es que la historia de Occitania es la de un país bañado por el Sol, en el que se comerciaba con Oriente, desde donde partían las expediciones de las Cruzadas hacia Tierra Santa, y en la que el hombre y la mujer eran iguales ante la ley. Tolosa y Avignon eran más importantes que París o Roma, y ambas ciudades seguían las reglas del derecho romano. La cruzada albigense fue un buen pretexto para que el rey y los barones del norte se apoderaran de todo el Midi francés, y para que la Iglesia no perdiera su poder. Ya Clovis tramó el pretexto del arrianismo para invadir el sur en el año 506, ganando a los visigodos, aliados de los gascones, en la batalla de Vouillé. El rey de Francia y sus barones sólo hicieron lo mismo 700 años más tarde, invocando la herejía cátara. La historia siempre se repite.