“Si vis pacem, para
bellum”, decían en la antigua Roma, y la historia nos demuestra que generación
tras generación hemos seguido este refrán sin excepción y, a pesar de haber
vestido nuestros conflictos de otro ropaje,
continuamos buscando la paz, haciendo siempre la guerra.
Mirando con objetividad la
sociedad medieval y sus carencias y comparándola con la actual ¿cuánto hemos
avanzado? ¿Cuánto hemos crecido verdaderamente? Y si es posible aplicar en la
sociedad actual el mismo “modus operandi” que hace siglos y además obtener resultados
iguales o parecidos ¿será tal vez porque en esencia, lo que conocemos como
sociedad y su núcleo, el individuo, no ha cambiado verdaderamente?
Veamos: seguimos teniendo
hambre, pobreza y guerras en nombre de ideales similares como Justicia, Libertad
o en nombre de la religión; Felipe IV de Francia existe aún, aunque de otro
cuerpo, cara y nombre, igual sigue viva la esencia de Papa Clemente V y Jaques
de Molay somos muchos. Como modelos, ideales y símbolos, estas tres figuras
siguen presentes y es por eso que, queramos o no, seguimos divididos en fuertes
y débiles y estamos en guerra.
Diríase que, a lo largo de
los siglos hemos conseguido la paz en varias ocasiones, pero preguntémonos ¿por
qué cuesta menos empezar la guerra, que mantener la paz? ¿Por qué es tan
complejo salvar una vida y tan fácil aplastarla? ¿Por qué al individuo le
resulta tan fácil destruir su entorno, mientras que para llegar a ser constructor, le cuesta años de
aprendizaje?
Pienso que la paz que se
consigue como resultado de la violencia, de las agresiones de cualquier tipo, y
de la matanza en nombre de cualquier ideal por más alto y embellecedor que sea,
jamás será una paz verdadera y por ende duradera, puesto que lo que es victoria
y paz de una parte, será pérdida y guerra para la otra. Y esto nos lo demuestra
tan a menudo la historia, ya que no ha habido ni habrá vencido que algún día no
se vuelva vencedor, ni oprimido que no se rebele, convirtiéndose en opresor.
En otras palabras, la manera en la que conseguimos la paz es igual
a la manera en la que provocamos la guerra, y mientras no tomemos plena conciencia
de esta manera de actuar, mientras sigamos comparándonos los unos con los otros,
igual los países y las religiones entre ellas, mientras dividiremos el mundo en
buenos y malos, siempre que en algún sitio se conseguirá la paz, en otro se
entrará en guerra. Es este, a mí entender, el mundo de las ilusiones y el
camino que siguen los ciegos.
Pensemos en que, de una
manera simplificada, la finalidad que persigue toda religión, en su origen, es
hacer el Bien, y es eso a lo que uno tiene que ceñirse, pero tal vez lo que
debe evolucionar en el ser humano es su entendimiento del Bien y las
herramientas que conoce y aplica para conseguirlo. Por ejemplo, un “modus
operandi” sobre el que debemos reflexionar y que deberíamos intentar desaprender
es el de la división: la comparación, la
creación humana, artificial de los contrarios, puesto que todo esto representa la autentica
semilla del conflicto.
El Templario actual no debe
olvidar que su objetivo como tal es proteger a los débiles y hacer el Bien,
pero no por ello tiene que verse necesariamente obligado a hacer la guerra. Es
cierto que nuestro escudo dividido en blanco y negro es, entre otras, no
solamente una invitación a preparar la guerra, sino una declaración de la
misma, pero llevamos siglos actuando de esta manera, y los tiempos en que
vivimos actualmente son prueba del fracaso de haber seguido una y otra vez el
mismo refrán: “Si vis pacem, para bellum”.
Tal vez sea el momento que
el Templario actual reflexione sobre un significado más profundo de nuestro
escudo, y considere que la verdadera guerra que vale la pena llevar es aquella consigo
mismo, para entender la semilla del conflicto que existe en nosotros desde hace
tantas generaciones, tal como existe en cualquier individuo, de cambiar el modus
operandi arcaico que nos ha sido trasmitido a lo largo de los siglos, puesto
que nos lleva siempre al mismo punto y nos tiene atrapados en el circulo
vicioso de los contrarios.
Guerra y Paz es la realidad
en la que vivimos y la que hemos creado, indudablemente. Pero entendiendo en su
totalidad el mecanismo de los dos, que de hecho son uno, o sea, conflicto; entendiendo
que los opuestos en realidad no existen, mas bien nos han sido enseñados y
trasmitidos de generación en generación sin que nosotros los hayamos
cuestionado, podremos sacarnos del sin fin de la guerra, producir el cambio de
conciencia que cumplirá con la visión de tantas filosofías, creencias y
religiones, incluido el Cristianismo: la Armonía, lo único que abre las puertas
al verdadero Amor y lo hace posible.(Iris, "Mobilis in mobile")
Iulia Mihai