Páginas

miércoles, 12 de diciembre de 2012

El Opus Dei y la Compañía de Jesús

PARA CONOCER TODA LA VERDAD DEL OPUS DEI
Para llegar a entender la historia, en buena parte todavía oculta, de las tempestuosas relaciones entre la Compañía de Jesús y el Opus Dei, nos parece que es imprescindible tomar como punto de partida el paralelismo y la competencia entre ambas instituciones. "Paralelismo y competencia": hipótesis doble en apariencia tan sólo, ya que si existe competencia entre una y otra, es en realidad porque son sumamente parecidas; mientras que su enorme paralelismo no podía conducir sino a un enfrentamiento radical en una situación como la del catolicismo español de la época, que lo era todo excepto una situación de pluralismo religioso.
Este es un tema en el que jamás se insistirá bastante: la influencia de la literatura sociológica anglosajona ha hecho que al hablar de "pluralismo" demos por supuesto que se trata de la coexistencia pacífica, y hasta de la cooperación fructífera, entre tradiciones religiosas distintas. Cuando lo cierto es que en el caso de los países de la Europa meridional la irrupción de una situación de pluralismo religioso ha significado algo totalmente distinto: la progresiva "desmonopolización" de una tradición religiosa determinada. Tanto es así, que en el caso del catolicismo español de los primeros años del franquismo la única posibilidad concreta, para un grupo religioso emergente, de llegar a coexistir con otros grupos preexistentes, pasaba necesariamente por la vía del "gueto" y de la "insularización". Ahora bien: el Opus Dei fue desde el primer momento demasiado ambicioso y demasiado beligerante como para resignarse a ocupar dentro del panorama católico una posición aislada y marginal. Y en el terreno concreto en el que se proponía actuar ("apostolado universitario", "núcleos dirigentes de la sociedad"), ineluctablemente había de chocar de modo frontal con e1 grupo que en este terreno aspiraba a preservar una situación privilegiada de monopolio y que no era otro que e1 de los jesuitas.
La tesis básica del paralelismo y la competencia entre jesuitas y Opus Dei debe ir acompañada, de todas formas, de ciertas matizaciones. En primer lugar, el hecho de afirmar la existencia de este paralelismo fundamental no equivale a negar toda diferencia entre ambas instituciones. Las diferencias existen, y los miembros del Opus Dei no han dejado de ponerlas de relieve; pero se trata de diferencias de matiz, mas que de fondo. En segundo lugar tanto la Compañía de Jesús como el Opus Dei han evolucionado con el paso de los años: sin embargo, no sólo no lo han hecho al mismo ritmo, sino tampoco en una misma dirección. De tal modo que, en la actualidad, la competencia entre unos y otros a menudo (aunque no siempre) obedece menos al paralelismo entre ambas instituciones que al hecho de estar ocupando posiciones contrapuestas en el seno de la Iglesia católica. En el momento en que se desencadena el conflicto en la España de los años cuarenta, en cambio, no hay tal contraposición: y si una de las dos adopta posturas más "nuevas", o más "atrevidas", en aquellas circunstancias se trata sin duda del Opus Dei y no de la Compañía de Jesús. Por consiguiente, todo se reduce en definitiva a algo tan elemental -pero tan fundamental- como esto: e1 análisis de los paralelismos y de los enfrentamientos debe situarse en cada caso dentro de un contexto histórico concreto y determinado.
a) Antes de iniciarse el proceso de implantación real del Opus Dei, el padre Escrivá no deja de referirse en diversas ocasiones a san Ignacio, y siempre en términos elogiosos. "Que eres... nadie. Que otros han levantado y levantan ahora maravillas de organización, de prensa, de propaganda. ¿Que tienen todos los medios, mientras tú no tienes ninguno? Bien: acuérdate de Ignacio. Ignorante, entre los doctores de Alcalá. Pobre, pobrísimo, entre los estudiantes de París. Perseguido, calumniado... Es el camino: ama y cree y ¡sufre!: tu Amor y tu Fe, tu Cruz son los medios infalibles para poner por obra y para eternizar las ansias de apostolado que llevas en tu corazón" (Camino, n°. 474).
San Ignacio y sus primeros compañeros aparecen a menudo como un modelo o un precedente del pequeño grupo inicial de seguidores de Escrivá. Incluso en la forma de presentar la historia y las vicisitudes de los primeros años, por parte de los biógrafos del "Padre", hallamos con frecuencia sorprendentes paralelismos (pese a que el nombre de Ignacio no aparece en el índice onomástico de los libros de Bernal, Vázquez ni Sastre) con la historia del período fundacional de la Compañía (véanse, por ejemplo, entre tantas otras referencias posibles, la buena síntesis de Woodrow, 1984, 23-65, o la gran obra de Lacouture, 1991). Algunos autores han encontrado paralelismos entre Camino y los "Ejercicios espirituales" de san Ignacio (Artigues, 127). Otros -antes lo vimos- hablan de "ascética jesuítica trivializada" en el caso del Opus Dei. Con todo, seguramente podría aducirse también, por una parte, que las historias más o menos legendarias de los comienzos de todas las fundaciones religiosas presentan rasgos comunes (sobre todo cuando son narradas por discípulos fieles y fervorosos), y por otra parte que la espiritualidad de los jesuitas ha sido tan dominante dentro de la Iglesia católica moderna, que hasta el Código de derecho canónico del año 1917 afirmaba expresamente que "al hacer ejercicios espirituales se diera preferencia al método ignaciano" (Moll, 1991, 2). En este sentido, por tanto, la afirmación de que sin los jesuitas nunca hubiese podido aparecer el Opus Dei, además de impopular (para los unos, porque no quisieran ser acusados de una "paternidad" tan poco "responsable", y para los otros, porque rechazarían una "filiación" tan poco "divina"), resulta tan cierta como obvia.
Lo que sí resulta significativo, en cambio, es que Escrivá recoja de la espiritualidad ignaciana un rasgo específico y muy característico: el de la "selección"; el de la "formación de selectos", de acuerdo con el título de la obra del jesuita Angel Ayala, el fundador precisamente de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas que tantos paralelismos presenta con el Opus Dei del padre Escrivá. Ya en su libro "Ejercicios espirituales", en efecto, san Ignacio prescribe expresamente que se "seleccione a los que los quieren practicar", por considerar que "no todo el mundo es idóneo para seguirlos, y que la buena voluntad no basta" (Moll, 12). Si fuera mínimamente legítimo efectuar la transposición, salvando las lógicas diferencias de lenguaje, diríamos que para Ignacio de Loyola, como para Escrivá, sus seguidores no pueden ser "del montón", porque "han nacido para caudillos" (Camino, n°. 16).
Cuando en la última parte del estudio nos planteemos la cuestión de las posibles relaciones entre la ética económica del Opus Dei y la ética de los puritanos analizada por Max Weber, éste será un elemento importante a tener en cuenta. Si efectivamente existen rasgos comunes entre la concepción del trabajo como vocación de unos y otros (la noción de "Beruf": Weber, 1904, cap. 3; "ut operaretur", como mensaje que Escrivá redescubre en el Génesis); si ello conduce en ambos casos a una percepción del éxito como garantía de elección; y si ello desemboca en una interpretación de "la moralidad cristiana como estrategia de mejora del mundo" (Moll, 21) que obliga a plantearse el problema de los medios y el problema de la táctica como cuestiones pertinentes en el ámbito de la espiritualidad y de la ética (y Camino les dedica sendos capítulos), habrá que preguntarse hasta qué punto existe una conexión directa entre el puritanismo y el Opus Dei, o si esta conexión no se establece más bien entre puritanos y jesuitas por un lado, y entre jesuitas y Opus Dei por otro. (La polémica entre ética económica puritana y ética jesuítica es antigua, y la tenemos bien ilustrada en la obra de Robertson, 1933, criticando la tesis weberiana, así como en la réplica del jesuita Brodrick, 1934.)
Convendría poder confirmar este primer paralelismo fundamental entre Compañía de Jesús y Opus Dei como grupos de "selectos", de "llamados a ser perfectos". Trataremos de hacerlo desde la sociología, pero es evidente que por sí sola la sociología aquí no basta y que sería precisa una elaboración teológica complementaria, indispensable pero no posible en estas páginas. Por más que Escrivá recuerde que "todo el mundo está llamado a ser perfecto", no puede ahorrarse la distinción entre los "del montón" y los "caudillos", ni puede dejar de reconocer, al hablar de los "consejos evangélicos", que "a mí el Señor me ha pedido más". ¿Tiene esto algo que ver con las acusaciones de gnosticismo o de pelagianismo de que el Opus Dei ha sido objeto a veces? Desde una perspectiva teológica, ¿existe la posibilidad de hablar de una "vida de perfección" sin que ello implique automáticamente hacer profesión de una vida "más perfecta que la de los demás"? ¿Nos hallamos una vez más -con predestinación o sin ella- ante la clásica distinción entre los "santos escogidos de Dios" y "la masa"? En el caso del puritanismo protestante, la llamada a la perfección y su consecuencia lógica, la emergencia de los grupos de "selectos", comportó la desaparición de las órdenes religiosas. En el caso de la Compañía de Jesús, Xavier Moll cita a Kierkegaard, quien afirma que en el seno del catolicismo "las órdenes religiosas se acabaron con los jesuitas: en ellos han terminado convirtiéndose en un negocio completamente mundano" (Moll, 12). ¿Es ésta una de las razones por las que el Opus Dei, continuador de la tradición católica iniciada por los jesuitas, rechaza sistemáticamente toda asimilación a los religiosos? ¿Sería teológicamente correcto decir que el Opus Dei es, en la terminología de Kierkegaard (un pensador protestante que algunos autores del Opus Dei, por cierto, citan a menudo) "un negocio completamente mundano"?
b) Pero si antes de iniciarse el proceso de implantación real del Opus Dei en España el padre Escrivá se refiere elogiosamente a san Ignacio, a partir del final de la guerra civil sus relaciones con los jesuitas se deterioran rápidamente. No tarda mucho en romper con el que durante muchos años había sido su confesot~ el jesuita Sánchez Ruiz (Gondrand, 155), a la vez que se desencadenan contra él y contra el naciente Opus Dei una persecución y una campaña ("de calumnias" según la literatura "oficial") desenfrenadas, que no es imposible que en su momento influyeran decisivamente en la adopción, por parte del Opus Dei, de su "secretismo" (según los detractores) o su "discreta reserva" (según los defensores).
Hoy en día pueden leerse declaraciones como las que siguen del holandés padre Kolvenbach, actual general de los jesuitas: preguntado por la escasa cordialidad de las relaciones entre la Compañía y el Opus responde que "es sólo un rumot alimentado continuamente por la prensa. Probablemente se debe al hecho de que al principiar el Opus Dei en España hubo alguna dificultad con los jesuitas, entre otras cosas a causa de los tiempos, políticamente muy tensos. Al presente, puedo decir que mis relaciones con el prelado del Opus Dei son muy cordiales y cuando existen dificultades las abordamos con franqueza. Por otra parte, las relaciones entre la Compañía y el Opus Dei no pueden ser frecuentes y constantes, porque nuestras respectivas misiones en la Iglesia son diversas" (Kolvenbach, 1990, 153). Por su parte, el prelado del Opus Dei, monseñor Alvaro del Portillo, ha hecho declaraciones similares (véase igualmente, en el caso de Escrivá, "Conversaciones", n°. 54).
Ante tanta cortesía y tanta diplomacia, cuesta imaginar que monseñor Escrivá pudiera llegar a afirmar, ni siquiera en un momento de acaloramiento, "que sería mejor morir sin los últimos sacramentos antes que recibirlos de manos de un jesuita" (Walsh, 125). Pero no menos difícil de imaginar es la ferocidad del ataque de que es objeto Escrivá a partir de los años cuarenta: los jesuitas le persiguen, le maltratan, le denuncian. Las familias de los muchachos que ingresan en el Opus, o que simpatizan con él, reciben presiones y amenazas. Y Escrivá se ve obligado a escribir a esas familias, a menudo con papel oficial del obispado de Pamplona, para tratar de demostrar que goza de protección y bendición oficiales. Se habla mucho del papel de defensor del Opus Dei desempeñado por el obispo de Madrid, mientras que la literatura "oficial" habla relativamente poco del obispo de Pamplona, Marcelino Olaechea, en cuya casa Escrivá halla refugio. Si Alvaro del Portillo quisiera, podría explicarlo, porque él estaba también. Olaechea es quien se entrevista con el padre Vergés, de las Congregaciones Marianas de Barcelona; y es Olaechea quien habla con el obispo de Barcelona, Gregorio Modrego, del conflicto y de las denuncias. El argumento formal dado por el jesuita Vergés es de tipo legal: según los estatutos de las Congregaciones Marianas nadie puede pertenecer a otra organización religiosa sin ponerlo en conocimiento de los superiores. Y los chicos que Escrivá "pesca" (los jesuitas dicen: "roba") de las Congregaciones Marianas no quieren decir nada (o no están autorizados a hablar de ello).
Todo esto acontece en un momento en el cual los jesuitas, que durante la república habían visto clausurados sus centros de enseñanza, habían sido oficialmente expulsados y se habían exiliado en buena parte en Bélgica, acaban de regresar a la España franquista, triunfantes, sin haber padecido las bajas de tantas otras congregaciones religiosas, y dispuestos a ejercer una especie de monopolio sobre la juventud intelectualmente más valiosa.
En una tesis doctoral sobre "la socialización de los líderes católicos" en la Barcelona de los años cuarenta, Francisco J. Carmona analiza el funcionamiento del Colegio de San Ignacio y de las Congregaciones Marianas, basándose principalmente en documentos de la época. Aunque en ningún momento hace referencia al Opus Dei, su trabajo nos resulta sumamente útil para fundamentar la hipótesis del paralelismo entonces existente entre los objetivos que se proponía la potente Compañía de Jesús y los de la incipiente Obra del padre Escrivá (Carmona, 1991).
El autor defiende la tesis según la cual la Compañía se propone, a través de su colegio, "formar minorías de líderes católicos que, insertos entre las elites de Barcelona, hicieran posible que la Organización Católica aumentase su influencia y control sobre la sociedad de Barcelona" (Carmona, 31s). Por su parte, el Opus Dei afirma en sus Constituciones que "uno de sus medios de apostolado lo constituyen los cargos públicos, particularmente aquellos que suponen el ejercicio de una dirección; y que para conseguirlo, conviene que sus miembros destaquen profesionalmente y se preocupen por la adquisición de una formación científica" ("Constituciones", 1950, art. 202 y 203).
El apartado que Carmona dedica al tema del "Reinado de Jesucristo" y al "Mensaje del Sagrado Corazón de Jesús" puede leerse como una explicación de las que fueron las fuentes de inspiración del pensamiento del padre Escrivá. Se trata de un "proyecto de control e influencia sobre todas las instituciones sociales". Atacada en su rol de legitimadora del "Ancien Régime", la Iglesia católica reorganiza su proyecto de acción "bajo la bandera dcl reinado social del Sagrado Corazón". Frente a todos los errores del modernismo, se propone "un programa de lucha para imponer en la sociedad el proecto social católico" (Carmona, 207). Da la casualidad, además, de que una de las obras repetidamente citadas por Carmona en este apartado es el "Catecismo social" del jesuita Valentín Sánchez Ruiz, director espiritual y confesor de José María Escrivá desde la fecha "oficial" de la fundación del Opus Dei hasta 1940. También da la casualidad de que la aprobación definitiva del Opus Dei como instituto secular de la Iglesia católica lleva la fecha de la "fiesta del Sagrado Corazón de Jesús" del año 1950 (Berglar, 390). El libro entero de Camino está basado en esta concreta visión de la función de la Iglesia en el mundo.
Por lo que concretamente respecta a las Congregaciones Marianas, no abiertas a cualquier alumno de los jesuitas sino únicamente a los mejores, a los "más selectos" que aspiran a una "mayor perfección" (también el obispo de Madrid definía al Opus Dei como obra "no de muchedumbres sino de selección"; Rocca, 1985, 132), la primera de sus Reglas las define como unas asociaciones destinadas a hacer de sus miembros unos "cristianos de verdad, que traten sinceramente de la propia santificación en su propio estado, y trabajen con gran empeño, según lo permita su condición social, en salvar y santificar a los demás" (Carmona, 288s). El texto del escrito de postulación para la causa de beatificación de monseñor Escrivá habla de los miembros del Opus Dei como cristianos que "se esfuercen por buscar la santidad y ejerciten el apostolado entre sus compañeros y amigos, cada uno en su propio ambiente, profesión y trabajo en el mundo, sin cambiar de estado" (Berglar, 76). Santificación propia y de los demás, trabajo y preservación del estado (que significa no hacerse religioso, seguir siendo seglar): si éste es igualmente el principio de todo "congregante", ¿dónde está la radical novedad y originalidad del mensaje de Escrivá de Balaguer?
c) Algunas de las páginas más interesantes del estudio de Carmona son sin duda las que dedica a las relaciones de la Compañía de Jesús con el franquismo, con Franco y con el ejército, durante toda la década de los años cuarenta. "En el marco de inflación de ejercicios espirituales de la época, se hizo norma que las altas autoridades civiles y militares, incluido el general Franco, participasen en los ejercicios espirituales anuales" (Carmona, 84). Sabemos que en 1944 fue el padre Escrivá quien dirigió los ejercicios espirituales del "Caudillo"; pero habitualmente se encargaban de ellos los padres jesuitas, "expertos en estos medios de espiritualidad ignaciana" (ibíd., 85).
"La colaboración y simpatía entre las altas autoridades franquistas (de forma especial, los militares) y la Compañía de Jesús eran grandes. De hecho, estas personalidades y sus familias eran vistos por los padres jesuitas como el material humano que era necesario moldear en bien de la Iglesia y de la Patria; y a su vez, para muchos de estos personajes la comunicación y trato con los padres de la Compañía o era fruto de la herencia familiar o era una práctica social aneja a su nuevo "status"" (Carmona, 85).
De la lectura de la "Revista" del Colegio de San Ignacio de Barcelona se desprende la veneración y la cordial adhesión de los jesuitas a la figura de Franco. Carmona da unos cuantos ejemplos concretos y concluye diciendo que "para los jesuitas, como para la jerarquía católica y la gran mayoría dcl clero catalán, el franquismo aparecía como el salvador de la Iglesia y el destructor del laicismo y el anticlericalismo de la época republicana" (Carmona, 88). En el caso de los miembros del Opus Dei, esa adhesión y veneración por la figura de Franco no eran menores. Mas, en esto como en tantas otras cosas, era menos ostensible, menos ruidosa y más "discreta". Y ahí radica, paradójicamente, una de las claves del éxito del Opus Dei de los años cuarenta (y más en un país como Cataluña). Casi todos los autores que han escrito sobre el Opus Dei de aquellos años, sin pertenecer a él, coinciden en este punto: los hombres de Escrivá aparecen como menos abiertamente comprometidos con el régimen, y el tono que adoptan -tratándose de un movimiento emergente y que tiene a los jesuitas en contra- es menos triunfalista, menos declaradamente totalitario y, por lo tanto, en apariencia más liberal.
Frente a los afanes totalitarios de la Falange y frente a una Acción Católica que arrastra la hipoteca de sus anteriores compromisos políticos, "el Opus Dei aparece como algo nuevo, distinto a la vez de la Acción Católica y de la Falange" (Hermet, 1981, II, 182): en el caso concreto de Cataluña, el Opus se presenta como un movimiento avanzado con respecto al catolicismo tradicional de los jesuitas. Su implantación en Barcelona se ve favorecida por su apariencia poco franquista y no necesariamente anticatalana (Hermet, 1980, 1, 266). El Opus Dei ofrece a la flor y nata de "la juventud burguesa e intelectual un marco y una mística más atrayentes que los jesuitas o la Falange" (Gallo, 105). En Cataluña, "el primer grupo que se desmarcó, con ganas de purificar aquel fárrago de banderas de Acción Católica, de insignias y de imposiciones y desafíos de toda clase, fue el Opus Dei" (Dalmau, 1979, citado en Casañas, 146).
En definitiva, si durante los primeros años del franquismo el Opus Dei aparece como un movimiento innovador, es realmente porque -como dice Carmona- aunque "en aquellos años de postguerra la tendencia pastoral nacionalcatólica era la tendencia mayoritaria en la Iglesia española, (...) fueron los miembros de la Compañía de Jesús los que más eficazmente la apoyaron" (Carmona, 102). Tenerlo en cuenta es particularmente importante, dado que la evolución posterior de la Compañía de Jesús (sobre todo a partir de los años sesenta) hará que, desde nuestra perspectiva actual, tendamos a ver tan sólo aquello que distingue o incluso contrapone a jesuitas y Opus Dei, y no aquello que hizo que durante muchos años siguieran una trayectoria estrictamente paralela. Cuando se habla hoy de competencia o de conflictos entre ambas instituciones, lo más frecuente es que sea como consecuencia del hecho de que hoy están defendiendo, dentro de la Iglesia católica, unas posiciones ideológicas contrapuestas. En la época que aquí analizamos, por el contrario, la competencia se debía a que unos y otros sostenían posturas fundamentalmente idénticas. En la actualidad son numerosos los autores que presentan al Opus Dei como continuador del papel histórico que durante mucho tiempo desempeñó la Compañía de Jesús: instituciones educativas, "formación de selectos", obras sociales, influencia en el mundo de la política y la economía, presencia en el mundo de los medios de comunicación, y, a un nivel más estrictamente eclesiástico, posición de poder en las instancias de la burocracia vaticana. Suponiendo que admitiéramos que todo ello es cierto (y la literatura "oficial" del Opus Dei tiende más bien a negarlo, aunque los hechos, que son muy tozudos, apunten exactamente en esa dirección), habría que ver sin duda en ello un acierto y un éxito de la estrategia del Opus Dei ("¡Qué hermosas casas nos preparan!", exclamaba Escrivá al contemplar cómo los demás "levantaban magníficos edificios y construían palacios suntuosos"; Camino, n°. 844). Pero en parte habría que ver también en ello una consecuencia de la evolución reciente de la Compañía de Jesús, que ha cedido algunos edificios y algunos palacios a quien quisiera ocuparlos.
Dicho en otras palabras: desde la Compañía ha habido quien ha entonado un "réquiem por el jesuitismo" (Coy, 1974). También el Opus Dei ha evolucionado y no es hoy el mismo que en los años cuarenta: pero ni ha evolucionado del mismo modo, ni lo ha reconocido en voz alta. Hasta hoy, nadie ha entonado, desde el Opus Dei, un "réquiem por el opusdeísmo" de aquellos años.
d) Básicamente coincidiríamos con la tesis de Artigues -al menos en lo que a este período inicial se refiere- cuando afirma que "la Institución Libre de Enseñanza, por un lado, y la Asociación Católica Nacional de Propagandistas, por otro, representan en cierto modo dos prefiguraciones del Opus Dei o, si se prefiere, dos arquetipos, dos modelos a partir de los cuales el padre Escrivá y sus discípulos van a concebir su propia empresa, dándole, desde luego, modalidades peculiares" (Artigues, 23).
Definida por Hermet como "prototipo de las asociaciones de laicos concebidas para la elite católica" (Hermet, 1980, 1, 245), la ACNP fundada en 1908 por el jesuita Ángel Ayala como una prolongación del modelo de las Congregaciones Marianas (el mismo autor la llama "filial laica de la Compañía de Jesús"; ibíd., 262), se propone como objetivo primordial "formar una minoría escogida de universitarios católicos capaces de jugar un papel en los asuntos públicos" (Hermet, 1980, 1, 246). Hasta aquí el paralelismo con el Opus Dei es claro e indiscutible ("Constituciones", 1950, art. 202: el ejercicio de "cargos públicos como medio de apostolado"). ¿Dónde radican entonces las diferencias y en qué consisten las "modalidades peculiares"?
Según monseñor Escrivá, "nunca ha dejado de molestarme la actitud del que hace de llamarse católico una profesión, como la de quienes quieren negar el principio de la responsabilidad personal, sobre la que se basa toda la moral cristiana. El espíritu de la Obra y el de sus socios es servir a la Iglesia, y a todas las criaturas, sin servirse de la Iglesia. Me gusta que el católico lleve a Cristo no en el nombre, sino en la conducta, dando testimonio real de vida cristiana. Me repugna el clericalismo y comprendo que -junto a un anticlericalismo malo- hay también un anticlericalismo bueno, que procede del amor al sacerdocio, que se opone a que el simple fiel o el sacerdote use de una misión sagrada para fines terrenos" ("Conversaciones", n°. 47).
El lenguaje de Escrivá no es tan críptico como a primera vista pudiera parecer. "Filial laica de la Compañía de Jesús", la Asociación Católica Nacional de Propagandistas "lleva a Cristo en el nombre" y puede ser considerada como una forma camuflada de "clericalismo". Según su fundador Ayala, la Asociación quiere que los católicos influyan en la vida pública y quiere proporcionar hombres a la vida pública. Pero aunque diga -exactamente igual que Escrivá- que la Asociación en cuanto a tal no tiene una política, sino que son sus miembros a título individual quienes pueden y deben tenerla, la diferencia estriba en el hecho de que estos hombres "necesarios para actuar en los círculos dirigentes del poder y de la sociedad" (Hermet, 1980, 1, 247), la ACNP se los suministra "a la Iglesia", y más concretamente a la jerarquía eclesiástica, cosa que no sucede en cambio en el caso del Opus Dei.
Desde el Opus Dei se tiende a argumentar que éste es precisamente "el anticlericalismo bueno" que informa el principio de la libertad y la responsabilidad personales ("Sois libérrimos, hijos míos", gustaba de repetir monseñor Escrivá).
Desde el otro lado la defensa consistirá en afirmar que "la ACNP nunca intentó actuar al margen de la jerarquía española, como lo hará más tarde el Opus Dei" (Saez Alba, 29). "En ningún momento -dice la réplica- se le ocurrió a monseñor Escrivá de Balaguer separar a los miembros del Opus Dei de la jurisdicción de los obispos diocesanos. Quien afirme lo contrario propalaría falsedades" (Berglar, 1 7). Pero a pesar de la vehemente protesta de Berglar, lo cierto es que un año sí y otro también el Opus Dei será acusado de pretender actuar al margen de la jerarquía diocesana. En idéntico sentido será interpretada la discreción recomendada en las Constituciones de 1950 (especialmente, artículos 189 a 191), que estipulan que los socios "no revelarán nunca a nadie que pertenecen al Opus Dei, sin permiso expreso del director local" (art. 191). Se han publicado documentos oficiales, firmados por Álvaro del Portillo en 1949, en los que consulta al Vaticano si es precisa o no una autorización del obispo de la diócesis para emprender iniciativas diversas (Rocca, 1985, 170s). Y todavía en 1979 el cardenal Baggio, quien en razón de su cargo coordina los estudios previos a la transformación del Opus Dei en prelatura, solicita de monseñor del Portillo un "suplemento de información", y explícitamente le pide que diga "qué criterios concretos" piensan adoptar para impedir que el Opus Dei pueda convertirse en "una Iglesia paralela, en el seno de las jurisdicciones territoriales" (Fuenmayor y otros autores, 613).
Menos críptico aún que el lenguaje de Escrivá es el de otro sacerdote del Opus Dei, Juan B. Torelló, cuando afirma que "la espiritualidad jesuítica", con su principio de obediencia total y absoluta, jamás podrá dar lugar a "una espiritualidad auténticamente laical". Al no estar fundamentada en la libertad y la responsabilidad personales, en efecto, fácilmente desemboca en un "espíritu de cuerpo" y en una "instrumentalización de los valores temporales": con lo cual los laicos acaban siendo tan sólo la "longa manus mundana" de la Compañía (Torelló, 1965, 23).
Que la Compañía de Jesús se ha caracterizado desde el primer día por su "espíritu de cuerpo", ni siquiera los jesuitas podrían negarlo. (Al propio Escrivá, por lo demás, eso era algo que no le preocupaba en absoluto: "no te importe si dicen que tienes espíritu de cuerpo"; Camino, n°. 381.) Pero aunque pueda haber diferencias reales entre "la espiritualidad jesuítica" y "la espiritualidad del Opus Dei", conviene no olvidar que en 1950 el Opus Dei se define como "una familia, pero también una milicia" ("Constituciones", art. 197). Según Otto Roegele, un autor citado en las bibliografías de la literatura "oficial" (por ejemplo, Le Tourneau, 123; Mateo Seco, 529), el Opus Dei, que "trata de influir en las masas a base de ocupar puestos clave en la sociedad", se caracterizaría básicamente por su "espíritu aristocrático y caballeresco" (Roegele, 1963, 398 y 392).
Sobre el tema del "espíritu de cuerpo", no obstante, dejemos la última palabra a Giampaolo Bonani, quien en un artículo publicado en 1971 en la revista "Nuestro Tiempo", de la Universidad de Navarra, describe detalladamente todas las realizaciones del Opus Dei en Italia y afirma: "Empleando otro parangón gráfico, se puede decir que la inmensa mayoría de los socios de la Obra, si bien son "soldados de Cristo" -como todo hombre de la calle que se encuentre bautizado y confirmado- no tienen vocación alguna para actuar como un "cuerpo de ejército"; en cambio, conocen bien las "técnicas de la "guerrilla" mediante la cual nos ganamos en la vida diaria, "con sobrenatural violencia", el camino del cielo" (Bonani, 63; las cursivas son nuestras).
e) Pese a todas las posibles diferencias seguiríamos insistiendo, pues, en que la historia de la rivalidad entre la Compañía de Jesús y el Opus Dei se origina en una situación de competencia provocada por la semejanza y no por la divergencia.
En su estudio sobre la Asociación de Propagandistas, Sáez Alba afirma que "las relaciones ACNP-Opus Dei no son tan malas como se cree", y que en ambas organizaciones "se encuentra el mismo elitismo con vocación dirigente y los mismos objetivos de apoderamiento de los puestos desde donde se puede influir". Los fundamentos ideológicos son idénticos, y las dos instituciones recurren a los mismos argumentos para sostener que son los miembros a título individual, y no las instituciones en cuanto a tales, los que intervienen en la política (Sáez Alba, 97s; para una formulación reciente de esta tesis en un destacado político del franquismo, y miembro del Opus Dei, véanse las reiteradas afirmaciones de López Rodó, 1990 y 1991).
El mismo Consejo Superior de Investigaciones Científicas sería, según e1 autor del largo prólogo de este estudio sobre la ACNP una obra conjunta de los "propagandistas" y de los miembros del Opus; y durante los años cuarenta habrían sido frecuentes los casos de doble militancia, es decir de pertenencia simultánea a ambas instituciones (Sáez Alba, prólogo, 44-46), tesis que lógicamente obligaría a relativizar la clara diferenciación que entre unos y otros establecía monseñor Escrivá ("Conversaciones", n°. 47).
Sin embargo, y pese al indudable interés del estudio de Sáez Alba, también en este caso preferimos mantenernos fieles a nuestro método de utilizar, siempre que nos sea posible, fuentes más próximas al Opus Dei mismo. Y en este sentido nos resulta más que suficiente, para apoyar nuestra hipótesis, el análisis que de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas hace Antonio Fontán, miembro del Opus, en su librito del año 1961 sobre "Los católicos en la Universidad española actual".
Fontán se basa principalmente en declaraciones de tres personajes clave de la ACNP: su fundador ex jesuita Angel Ayala; Angel Herrera, que fue su presidente entre 1909 y 1935, y el sucesor de éste, Fernando Martín-Sánchez Juliá, que presidió la Asociación entre 1935 y 1953. Tres años antes de la fecha oficial de fundación del Opus Dei, en 1925, Herrera afirma que el tema de la enseñanza ha de ser una preocupación prioritaria y que "enseñanza y prensa son las dos grandes fortalezas enemigas" (Fontán, 43s): a partir de aquí, los propagandistas proponen una estrategia de "penetración en las cátedras", a la vez que proclaman la necesidad de una "universidad de la Iglesia".
Enseñanza y prensa, pues, como primer punto. Significativamente, en el informe que monseñor del Portillo redacta en 1979 para solicitar la transformación del Opus Dei en prelatura, las actividades profesionales de los socios de la Obra que menciona en primer lugar son el trabajo "en 479 universidades y escuelas superiores de los cinco continentes; en 604 periódicos, revistas y publicaciones científicas; en 52 emisoras de televisión y radio, 38 agencias de información y publicidad, y 12 productoras y distribuidoras cinematográficas" (en Fuenmayor y otros autores, 609). Enseñanza y prensa...
El mismo Herrera Oria afirma, en 1935, que "aquel que dentro de una misma sociedad llegue a alcanzar el dominio de las cumbres, al fin y al cabo, es dueño de la sociedad entera"; "el día que tengamos hecho el apostolado de la Universidad, hemos hecho todos los demás apostolados"; "désenos la Universidad y todo lo demás se nos dará por añadidura" (Fontán, 45s). Y terminada la guerra española Martín-Sánchez dice que "los católicos tienen un derecho de presencia en todas partes y que los propagandistas pueden y deben, por tanto, ir a la cátedras" (Fontán, 47).
"Conquista de la universidad" y "preparar cátedras" son, así, las consignas de la Asociación de Propagandistas. Fontán concluye que los propagandistas, en efecto, "han realizado una activa, consciente y ordenada acción de penetración en el profesorado universitario" (ibíd., 52). No hace falta recordar de nuevo que también Escrivá se dedica fundamentalmente, al terminar la guerra, al "apostolado universitario", y hasta qué punto las "consignas" de la ACNP se aplican igualmente a la actuación de los miembros del Opus Dei durante la década de los cuarenta. Paradójicamente, no obstante, cuando Fontán empieza a hablar del Opus Dei su tono cambia súbitamente, se pone a la defensiva, critica la leyenda que les acusa de hacer lo mismo que la ACNP (Fontán fue catedrático a los veintiséis años) y se limita a decir que "el programa" de Escrivá es "sencillo, sobrenatural y claro: vida espiritual de hijos de Dios y trabajo" (Fontán, 56), y que no hay en el caso del Opus Dei una "táctica de apostolado", sino "un principio fundamental de ascética, hijo de una profunda inspiración teológica. (ibid., 57).
Dado que este autor se resiste a reconocer el paralelismo existente entre la organización fundada por el jesuita Ayala y la fundada por el padre Escrivá, acudamos a otros textos, igualmente escritos por miembros del Opus Dei. Jesús Urteaga observa en 1948 que "muchos cristianos no han entendido lo que es el cristianismo": entienden tan sólo el cristianismo pasivo, de aquel que se limita a ir a misa, pero no "un cristianismo influyente en la vida pública y privada de los hombres. Entienden a los cristianos más celosos que frecuentan a diario el templo de Dios, pero apenas se figuran a esos mismos hombres ambientando con sentido católico la política, la enseñanza, la economía del país". (Urteaga, 19s).
En un texto mucho más tardío, Rafael Gómez Pérez afirma que "aunque parezca insólito, busco prosélitos. Y no sólo entre "la masa" (...) sino también entre esa cenefa de encajes que en toda sociedad forman los intelectuales". (Gómez Pérez; 1976a, 94s). "Buscar prosélitos para lo sobrenatural entre les intelectuales. (ibid., 95) ¿no equivale al fin y al cabo a ir en búsqueda de "las cumbres" de las que hablaba Herrera? Y si Martín-Sánchez reivindicaba e1 derecho de presencia de los católicos "en todas partes", Florentino Pérez Embid, miembro del Opus Dei, es aún mucho más explícito cuando, hablando en nombre de "los católicos que quieren dejar huella en la vida colectiva y contribuir a la configuración del porvenir nacional", escribe que se trata "de ocupar sencillamente, por propio derecho, el puesto de dirección que al cristiano le corresponde en la vida colectiva. En España, concretamente, a esa razón se unen otras", entre las que destacan las dos primeras, que son respectivamente "la victoria en una guerra justa" y "el empuje de las minorías intelectuales católicas". (Pérez Embid, 1955, 153s).
Cabría proceder a un estudio comparativo entre un libro como "Formación de selectos", del padre Ayala, y el Camino del padre Escrivá. Los dos fueron escritos prácticamente al mismo tiempo, y aunque el volumen de Ayala es mucho más extenso, alguno de sus capítulos, como por ejemplo el Sexto, "Cualidades de los selectos: tenacidad y carácter", permitiría sin duda comprobar cuál es la "variedad" de espiritualidad jesuítica que Escrivá básicamente comparte. Hacia el final ya de su obra, Ayala considera que "no se puede separar la religión de la política. Si lo político es el arte de bien gobernar, ¿cómo la religión podría desentenderse de ese gobierno del cual depende la prosperidad material y religiosa, el bien temporal y eterno de los hombres? En este sentido, la religión es esencialmente política; no puede prescindir de ella; como no pueden ni deben prescindir de ella los ciudadanos, no sólo los seglares, sino menos aún los sacerdotes y religiosos" (Ayala, 1940, 407s).
Pese a su voluntad de distanciarse de la filosofía de Ayala, Fontán afirma en el capítulo de conclusiones de su libro que "la España católica de hoy no es, como torcidamente se ha dicho, un resultado de la "coacción política" o de "un grupo de católicos que se han encaramado en el poder". Por el contrario, el catolicismo oficial del Estado es una consecuencia de la realidad católica de España y una condición "sine qua non" para el mantenimiento del mismo Estado y de la paz pública" (Fontán, 1961, 156; en su caso, y a diferencia de lo que se dice que ocurre con monseñor Escrivá, Fontán difícilmente podría ser considerado "un precursor del concilio Vaticano II"). Y prosigue: "es una realidad, demostrada por la experiencia, que en España no se puede gobernar "contra" los católicos, es más, que no se puede gobernar "sin" los católicos" (ibíd., 156).
Ya antes hicimos referencia a los artículos 202 y 203 de las Constituciones del Opus Dei (1950): necesidad de destacar profesionalmente y de adquirir una sólida formación científica, con el fin de alcanzar el medio de apostolado del Opus Dei que son los cargos públicos, y en especial aquellos que implican el ejercicio de una dirección. Por su parte, en un discurso a la asamblea general de la ACNP su presidente pregunta en 1944: "¿No decimos y pensamos que la Asociación quiere ser una minoría selecta de hombres apostólicos con capacidad de dirección? Pues, ¿qué puestos más directivos puede haber que los que tienen la función augusta de gobernar a los demás?" (Martín-Sánchez, 392).
j) Independientemente de las diferencias que puedan separarles, en la España de los años cuarenta Opus Dei y Compañía de Jesús recorren caminos estrictamente paralelos. Los jesuitas cuentan todavía con mayores medios, y con muchísimo más poder, que el incipiente Opus Dei. Pero aun así se dan cuenta de que los hombres de Escrivá representan una competencia temible ("una peligrosa competencia en el campo del apostolado entre la juventud", según Gómez Pérez, 1976, 255). Y los jesuitas se defienden atacando. Y los socios del Opus Dei pagan con la misma moneda. Porque ni unos ni otros tienen "vocación de mártires". Como escribe en esa época Jesús Urteaga: "Los cristianos de hoy no tenemos vocación de mártires, sino de guerreros. No es que por el mero hecho de estar en la verdad tengamos que morder al que no la conoce; pero sí, por el mero hecho de haber sido agraciados con ella, tenemos que defenderla con los dientes contra quien la ofenda. Si los enemigos declarados de Dios creen que se van a encontrar en el cristianismo espíritus pusilánimes y escurridizos que levantarían sus manos para que los apunten mejor al corazón, se equivocan. Si los hombres de ese mar bermejo y amoratado por la envidia y el rencor buscan sangre que apague su mentira y su odio, que sepan que los cristianos de esta generación están dispuestos a morir matando" (Urteaga, 1948, 98s). Un jesuita español de los años cuarenta difícilmente lo hubiera expresado mejor...
Habíamos empezado este capítulo, sobre la etapa de la implantación del Opus Dei en España (1939-1946), citando un punto de Camino que considerábamos programático para este período: "El deseo tan grande que todos tenemos de que "esto" marche y se dilate... ¿Cuándo salta, cuándo rompe, cuándo veremos nuestro al mundo?" (Camino, n°. 911). Para el Opus Dei de los años cuarenta, como para los ideólogos jesuitas de la "formación de selectos", la primera conquista ha de ser la de la universidad, la de "las cumbres". Pero ésta es sólo una primera etapa, la etapa que da acceso a "los puestos clave en la sociedad" (Roegele, 1963, 398). Quien quiere "ver nuestro al mundo" no puede conformarse con esto: "puedes -teniendo a Cristo contigo- sentir e1 orgullo de un conquistador de cien mundos. El mundo es nuestro porque es de Cristo" (Urteaga, 1948, 113).
En 1946, Escrivá de Balaguer y sus seguidores más "selectos", al mismo tiempo que preparan el inicio de la expansión internacional del Opus Dei, partirán a la conquista de un nuevo mundo: un mundo difícil y un mundo en el cual la Compañía de Jesús les ha precedido y les lleva una ventaja muy notable: Roma. A partir de 1946, la ciudad de Roma va a convertirse en el lugar de residencia de monseñor Escrivá, el centro de operaciones del Opus Dei y el escenario de las nuevas batallas del conflicto que de forma permanente le opone a la Compañía de Jesús.
En 1963, un año antes de la polémica de Signo, el jesuita belga Padre Boone publicó, con el seudónimo de Hans de Vriese, una serie de tres artículos en el semanario "De Linie", lo cual le valió una agria respuesta por parte de socios del Opus Dei como José Luis Soria y el especialista en cuestiones de defensa, John F. Coverdale. La polémica no era un hecho aislado y los ataques por parte de la Compañía de Jesús contra el Opus Dei se han repetido con alguna intermitencia. En la polémica de Signo, por ejemplo, jesuitas habían participado directamente (José María de Llanos) o de manera anónima (Andrés M. Axpe). Ninguna orden o congregación religiosa ha mantenido una relación tan hostil y continuada como los jesuitas cara al Opus Dei.
Vicente M. Encinas, en un artículo en el que sigue los clásicos argumentos apologéticos de la Obra de Dios, señala sin embargo que:
"[...] se habla hoy también cierto enfrentamiento entre el Opus Dei y el resto del mundo clerical, y en especial con respecto a los jesuitas. Es cierto que los ataques contra el Opus Dei vienen a veces de los Padres de la Compañía y de los que pertenecieron a ella. Por otra parte son también numerosos los testimonios favorables provenientes de los jesuitas. Se ha pretendido ver una cierta lucha entre las dos Instituciones por la conquista del campo Intelectual [...] Creemos y opinamos que la lucha aparente entre las dos instituciones no es pugna entre institución e institución, ya que las instituciones de la Iglesia están por encima de toda disputa. Si hay oposición es entre elementos singulares y particulares de ambas partes"
La rivalidad entre miembros de la Compañía de Jesús y el Opus Dei no es un simple asunto entre miembros de ambas organizaciones católicas. A nivel global de organización, la causa de tan agresiva competencia se debe fundamentalmente a los puntos comunes entre los aparatos, campo de acción y estructuras de apostolado. Parece como si el Opus Dei hubiera aprovechado la experiencia acumulada por la Compañía de Jesús tras cuatro siglos de existencia. Admitida esta hipótesis, se podría afirmar que el Opus Dei ha tomado el relevo de la Compañía de Jesús en la segunda mitad del siglo XX.
Ya en tiempos de la postguerra civil española, el Padre Vergés, miembro influyente de la Compañía de Jesús en Cataluña, mantuvo algunas escaramuzas con los socios del Opus Dei en Cataluña. Cuenta Artigues que el Padre Vergés no tardó en tener altercados con el Opus Dei y denunció como "traidores" los miembros de las Congregaciones Marianas que habían adherido a la Obra. Esta no tardó en responder, y los jesuitas pudieran comprobar que el Opus Dei, movimiento todavía muy modesto y cuya situación material era por entonces difícil, representaba para ellos un terrible concurrente. Desde este momento, adoptaron una actitud crítica respecto a la Obra, actitud que apenas se ha desmentido después. Comenzaron a circular rumores a los que, verosímilmente, la Compañía no era ajena. Se censuraba ya el carácter secreto del Opus Dei se le acusaba de prácticas más o menos heterodoxas se afirmaba, por ejemplo, que sus miembros se negaban a tener cruces sobre las que figurase una imagen de Cristo"
Al fin del curso académico 1963-1964, concretamente en el verano de 1964, dos jesuitas que realizaban estudios de periodismo fueron expulsados de la Universidad de Navarra. La Universidad no hizo declaración pública alguna, pero Ángel Benito Jaén, director de la Escuela de Periodismo y socio numerario del Opus Dei, dejó entender privadamente que los dos jesuitas, especialmente uno de ellos apellidado Moreno Lara, habían calumniado gravemente al Opus Dei. La "calumnia" consistió en insinuar entre los estudiantes de la Universidad la posible existencia de un "monitum" secreto proveniente de la Santa Sede.
Con el "monitum", según los jesuitas expulsados, el papa Pablo VI -que había lanzado previamente un ultimátum al Opus Dei para que escogiese entre seguir siendo Instituto secular de la Iglesia y los negocios-, privaba al Opus Dei del privilegio que se le había concedido con el estatuto jurídico de los Institutos seculares.
La existencia del "monitum" no está probada e incluso el contenido denotaba una ausencia de los más elementales principios con que se rige la burocracia vaticana. La disyuntiva, si la hubo, estaba evidentemente falseada. Meses más tarde, la revista "¿Qué pasa?", que había recogido el rumor en el número del 8 de abril de 1965, fue formalmente desmentida por medio de una carta de Javier Ayesta, de la Secretaria del Opus Dei en España donde señalaba, entre otros puntos, que, el Opus Dei no ha recibido jamás ningún "monitum" de la Santa Sede" y que "se ha explicado hasta la saciedad que el Opus Dei continúa siendo "de jure" un Instituto secular".
De fuentes bien informadas, se conoce asimismo la borrascosa entrevista que tuvieron en aquel tiempo Urteaga, vicerrector del Convictorio Sacerdotal de San Miguel en Madrid, y el provincial de los jesuitas de Castilla que se negó rotundamente a entregar la copia de las constituciones del Opus Dei que éste poseía. Durante la entrevista, Urteaga pasó del ruego diplomático a la amenaza descarada, manteniéndose el jesuita firme en su actitud. El Opus Dei no ha hecho luego ningún otro intento para rescatar tan importante documento.
Yvon Le Vaillant relató sucintamente, en "Le Nouvel Observateur", el proceso de las relaciones y la evolución del Opus Dei con respecto a los jesuitas:
"Al principio la Compañía observó con sonrisa indulgente esa evolución: los jesuitas disfrutan de una inteligencia más fina, de una "espiritualidad" más profunda que los ambiciosos neófitos del Opus. Pero pronto esa sonrisa comenzó a helarse, y más tarde se transformó en mueca. El Opus, en efecto, empezó a cortejar a una clientela tradicionalmente reservada a la Compañía: la alta burguesía. Se desencadenó la competencia en el mercado de las almas de élite. Y como cada vez el Opus lanza sus redes con más eficacia, los recelos se multiplican, y también las escaramuzas [...] Cuando el Padre Arrupe fue nombrado general de los jesuitas, procuró durante el concilio, visitar en Roma a monseñor [Escrivá] de Balaguer, con vistas a lograr un acuerdo. El Padre Arrupe solicitó una entrevista. Monseñor [Escrivá] de Balaguer anduvo con rodeos, pero finalmente se realizó el encuentro: monseñor vino a almorzar con algunos amigos a la del jesuita. Pero el almuerzo terminó mal. Rehuyendo la discusión, Escrivá de Balaguer se puso a gritar: "¿Pero por qué la Compañía nos persigue?" Desde ese día el Padre Arrupe piensa que el caso de monseñor se inscribe pura y simplemente en el reino del psicoanálisis."
La cuestión quedó zanjada con la audiencia que Pablo VI concedió al fundador del Opus Dei en octubre de 1964. Pablo VI entregó entonces a Escrivá un cáliz de marfil y metales preciosos como regalo y una carta manuscrita quirógrafo, según la jerga vaticana- donde el Papa se erigía en árbitro absoluto de la contienda, reconociendo las aportaciones del Opus Dei y considerándolas, al mismo tiempo, como una inyección de vitalidad para la Santa Madre Iglesia. He aquí uno de los párrafos más importantes del quirógrafo de Pablo VI:
"Colocados por la voluntad del Señor al timón de la nave de Pedro, desde la que escrutamos con vigilante solicitud los signos anticipadores de los tiempos, el ansia de las almas que esperan la llegada de los operarios del Señor, las necesidades antiguas y siempre renovadas que entraña la difusión del Evangelio de Cristo, consideramos con paterna satisfacción cuanto el Opus Dei ha realizado y realiza por el Reino de Dios el deseo de hacer bien, que lo guía; el ferviente amor a la Iglesia y a su Cabeza visible, que lo distingue; el celo ardiente por las almas, que lo empuja hacia los arduos y difíciles caminos del apostolado de presencia y de testimonio en todos los sectores de la vida contemporánea."
Para algunos observadores, la Obra de Dios ha ganado por puntos el match a la Compañía de Jesús.
El ejemplo más evidente ocurrió en el País Vasco hace algunos años: José Luis de Oriol Urquijo, marqués de Casa Oriol, donó a la Compañía de Jesús una gran casa de campo en Izarra (Alava), la cual fue vendida más tarde al Opus Dei por los jesuitas.
3. Las relaciones con el Vaticano
4. El Opus Dei y la jerarquía católica española
5. El estatuto jurídico del Opus Dei: los textos pontificios
6. La fictio juris