sábado, 17 de agosto de 2013

La Historia y sus verdades a medias



Hace algún tiempo escuché una frase que me dejó un tanto perplejo: "La Historia es la madre de todas las ciencias". En principio no le di mayor importancia y lo catalogué como una de tantas estupideces que salen de las bocas humanas; pero fijaos bien, que se me quedó grabado de tal modo que hoy no me queda más remedio que escribir sobre tal asunto.

Si la especie humana, todos sus componentes no solo los historiadores, fuese honesta quizá podríamos hablar de una cierta objetividad en los asuntos históricos; pero todo el mundo sabe que esto no es así. Un trabajo histórico no es mejor mientras más apuntes y referencias a pie de página tenga. Lo único que eso demuestra es que el historiador, de turno, ha leído mucho y, discúlpenme, ni eso tampoco es creíble; dado que realizando un verdadero trabajo científico, al menos estadístico, en la mayoría de las ocasiones sale un tiempo necesario para haber leído tal, literatura referida, de al menos dos o tres vidas más. El ejemplo lo tenemos en unas de las obras más voluminosas de la literatura ocultista como es La Ciencia Oculta e Isis sin velo de la Señora Blavastky que poseen miles de referencias intentando mostrar la veracidad histórica de los acontecimientos que en esas magníficas obras de ocultismo se describen.

Un Historiador es avalado por toda su trayectoria. De nada sirve que un determinado espécimen de la humanidad posea una titulación en Geografía e historia o esté doctorado en Historia medieval o en prehistoria. Una persona honesta que en el transcurso de su vida haya plasmado, sus estudios históricos, sin segundas intenciones o engaños y, además, haya rectificado sus trabajos anteriores cuando lo ha considerado necesario, con el transcurso del tiempo, será evidentemente reconocido como un reputado historiador que podrá ser leído con cierta credibilidad.

¿Por qué hablamos de esto? Aún, no creyendo haber batido ningún record de lectura, si podemos afamarnos de ser un amante de la literatura y de la historia en particular. Lo curioso del caso es que sobre un asunto concreto, no viene al caso especificarlo, puede ser cualquiera, pueden leerse versiones muy diferentes y lo que unos supuestos historiadores plasman como verídico e inefable, sabiamente sustentado por su título académico, otros los consideran fábula y leyenda abalado por el mismo procedimiento. Es, como si dijéramos, que dos jueces juzgaran un mismo asunto; pero en sentido contrario basándose en sus estudios y propio entendimiento. Uno de los dos jueces, seguro, estará equivocado si no es que está realizando prevaricación. La Historia, del mismo modo, solo puede ser una y lo difícil, en este asunto, es que el Sentido común sirve de bien poco; cosa que sí podría servir para analizar una resolución judicial.

En el transcurso de la Historia humana se han venido produciendo falsificaciones históricas de diversa índole: documentos, obras de arte, invenciones y descubrimientos, etc… Hay un dicho tan antiguo como el hombre que dice que la Historia la escriben los vencedores y la experiencia de mis lecturas me han terminado por demostrar que no solamente es cierta dicha expresión sino casi sagrada; es decir si podemos estar seguros de una cosa es de que una historia oficial, patrocinada por un determinado grupo o Estado, siempre estará mermada en su veracidad. Aquí no estamos hablando de mentiras absolutas sino de ladinos engaños y verdades a medias que, muy probablemente, sean los peores de los embustes.

Cualquiera, no hace falta ser historiador,  puede apañarse de datos históricos como fechas nombres y sucesos e hilvanarlos, a su conveniencia, de un determinado modo hasta llevarnos a conclusiones muy diversas y que no tienen por qué pertenecer al mundo de lo Real.  Esto es cierto, de forma excusable e incluso loable, en las denominadas novelas históricas y que no son otra cosa  que historias de ficción, construidas en un entorno histórico. El lector que se acerca a dichas obras, desde el principio, sabe que lo que va a leer allí nunca ha sido real y quien así lo crea es solo su problema. Un problema de formación muy básica principalmente.

El problema surge cuando se nos intenta convencer de que determinados sucesos han sucedido, basándose en apuntes dispersos y sin real conexión, y sin embargo solo son fruto de la imaginación y mala fe de sus creadores. Esto es posible porque los asuntos históricos están sujetos a episodios muy bien conocidos; pero también a otros que se vienen manteniendo en la penumbra, en la mayoría de las ocasiones, y en la más absoluta oscuridad, otras tantas veces. Son estos episodios mal conocidos y que se hunden en terrenos pantanosos cargados de leyenda, los que utilizan los charlatanes de turno para intentar convencernos de que las ruedas de molino en realidad se tratan de hostias consagradas ¿No sé si queda claro al lector lo que trato de indicar?

Quizá, el lector, vea este relato como algo macabro que le intenta hacer ver que nada, dentro de la historia, es fiable y sujeto a una mínima credibilidad. Si esto está sucediendo en tu mente, querido amigo, te pido mis más sinceras disculpas porque no es ese el caso ni la intención; pero tampoco quisiera que se tomasen como reales sucesos que se han venido repitiendo, una y otra vez, por los más diversos historiadores y lo único que han hecho es arrastrar el error generación tras generación.

Concluyendo, solo tratamos de demostrar que la Historia, en ningún modo, puede ser considerada, per sé, como una Ciencia y mucho menos como la madre de todas las ciencias. Es por ello, también, por lo que, quizá, este Autor se dirige en la mayoría de las ocasiones a sus corazones sin llevar una retahíla de datos supuestamente históricos. Sabemos hasta donde podemos llegar con una serie de datos, que, con mucha probabilidad, jamás llegaremos a conocer si llegaron a ser sucesos reales o salidos de la imaginación de un fantasioso escritor de posteriores generaciones y falsificados mediante documentos o falsas pruebas arqueológicas, con la única intención de demostrar una falsa realidad que podría suponerle, a su creador y en su carrera, algún tipo de beneficio económico o de relevancia social.

No es la primera vez que hablo de fragilidad de la disciplina que conocemos como Historia; pero también quería dejar claro, la honestidad de mi humilde trabajo de investigación interdisciplinar y es por ello, quizá, por lo que en mi Trabajo solemos usar con más frecuencia que la debida el condicional más que la taxativa afirmación.

Ello, no obstante, no debería ser utilizado para intentar demostrar que una determinada Escuela de pensamiento se remonte históricamente a la época sumeria, caldea o egipcia o que otra determinada organización lo hiciese a la mítica época de nuestros primeros padres. Creo que el denostado sentido común y nuestra intuición son muy necesarios a la hora de cribar la verdad para separarla de la falsedad, de las verdades a media, engaños y mentiras.

La experiencia nos viene demostrando que muchísimas organizaciones, la mayoría sino la totalidad, vienen cimentando su mítica historia sobre increíbles leyendas  de muy difícil comprensión en nuestro actual siglo XXI; pero es que eso no es lo importante: Por sus hechos los conoceréis. ¿Es adecuado su proceder? ¿Son legítimos sus modos de financiación? ¿Nos proporciona algo positivo a cambio de nuestro tiempo, dinero y atención? ¿Asumen su historia como algo mítico o como verdades inmutables?

En realidad no debería importarnos si el basamento histórico de nuestra Organización está cimentado en la más sensible de las verdades o en la más absoluta y fantástica de las entelequias. Lo importante es que hoy en día se entienda que esto es así y que nuestro intelecto quede libre de pesados prejuicios formados por falsedades, engaños y verdades a medias. La Historia, en el fondo, algún día quedará relegada en el mismo pozo donde reposan las fábulas, la mitología y las leyendas más abrumadoras. La única y verdadera historia que nos debe importar es el Presente. Dice un dicho que quien no conoce la historia está condenada a repetirla y esto, aunque parezca verdad, es falso de toda necesidad. El Hombre está condenado a cumplir con su destino y se repetirá un determinado episodio histórico si así está escrito en nuestros genes, se conozca o se desconozca la historia. Esto es así. Esa frase nos es mostrada con la peor de las intenciones para que movamos nuestras vidas en una determinada dirección, en el mejor de los casos, o que nos mantengamos pasivos y miedosos, en el peor, para beneficio de unas determinadas élites.

La Historia se vive, se escribe, día a día y minuto a minuto quedando grabada en el Libro N o de la Naturaleza y que, hoy en día, los científicos conocen que se trata de nuestro código genético, el Genoma. Nunca hay que darle más valor que el que realmente posee, el de la utilidad, dado que el Verdadero Conocimiento no se encuentra en la memoria sino en el mismo Pensamiento, en la Filosofía.

Si nuestra institución actúa de forma adecuada, se financia de un modo justo y sin afán de lucro, reconoce su historia como algo no inmutable y sin embargo mítico. Si sus fines, a corto, medio y largo plazo son loables y en beneficio de la humanidad y a nosotros no nos supone un perjuicio sino solo beneficios, entonces estaremos en el lugar adecuado.

Es debido a esto que preferimos hablar de movimientos y corrientes de pensamiento que de sólidas instituciones que transmiten el conocimiento de forma inmutable y protegidas por no se sabe bien que espíritus de supuestos hermanos mayores de la humanidad.

Los caminos del Señor son inescrutables. Los caminos del Conocimiento son inescrutables me gusta decir a mí. Con mucha probabilidad, algo cimentado en la mentira desde hace muchos siglos, haya llegado a nosotros cargado de perlas de sabiduría. La clave está en el discernimiento que necesitamos para poder reconocer las perlas del cieno en donde nos han venido dadas y que, mal que nos pese, las ha protegido de la erosión del espacio y del tiempo.

No nos aferremos al mito y a la leyenda. No nos aferremos a falsas verdades y que a nuestra mente le cuesta digerir: Usemos la intuición y el discernimiento (Ese famoso sentido común del que se habla a favor y en contra) para reconocer la verdadera historia y si, en realidad, su conocimiento nos es útil a nosotros y al conjunto de la humanidad. Si esto es así escarbemos hasta desgarrarnos las manos y recuperar sus más íntimos secretos; pero jamás usemos ese conocimiento para embarcarnos en discusiones bizantinas que solo nos lleven a conseguir eternos e inquebrantables enemigos.

Aralba